viernes, 8 de febrero de 2013

ADQST 19.- Pausa



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3

Pausa
Anthea abrió de nuevo los ojos respirando atropelladamente bañada en sudor gélido. Se maldijo a sí misma por ser tan tonta. Era una pesadilla, un sueño inquietante que no podía lastimarla. Sabía que no había gritado porque si lo hubiera hecho Jethro ya estaría allí con su SIG-sauer cargada y lista para disparar. Con el paso del tiempo había aprendido a no chillar por más terrible que fuera el maldito sueño.
Apartó las sábanas a patadas y puso los pies sobre las esteras rectangulares de paja que cubrían el suelo, una característica a la que se había acabado acostumbrando con el paso de los años. Se caló la bata rosa con decisión, retiró la silla que bloqueaba el pomo procurando no hacer nada de ruido, descorrió el cerrojo y al abrir la puerta asomó la cabeza mirando a ambos lados comprobando que el pasillo de puertas correderas estaba desierto antes de salir. La suya era la única puerta occidental y también la única que tenía cerrojo. El tacto de la madera bajo sus pies desnudos era agradable, avanzó a hurtadillas pendiente en todo momento de que ninguna de las puertas se abriese, temía que la pobre iluminación del corredor fuese lo suficientemente intensa para que su silueta se dibujase sobre el fino papel que las recubría.
Bajó las escaleras con el corazón aporreándole las costillas, tres puertas cerradas y una abierta se distribuían por el pasillo de la planta baja.
—¿Un té, querida? —Los músculos de Anthea se tensaron un instante antes de reconocer la voz.
—Sí —contestó y se dirigió hacía la puerta abierta.
Era una cocina con un horno de piedra, una enorme pila para fregar sin grifos y fogones de leña en vez de gas. Estaba pobremente iluminada con una lámpara de aceite de luz difuminada por una pantalla de papel de arroz. La mesa baja y vieja de madera de cerezo pegada a la pared tenía un servicio completo de té para dos personas y, sentada en una de las seis sillas, una anciana le sonreía.
—¿No podéis dormir señorita Hopper? —inquirió sirviendo el humeante té verde con jazmín en un vaso de cerámica para después pasárselo cuando se sentaba a su lado.
—He tenido un sueño extraño —musitó ella sujetando el vaso caliente entre ambas manos.
—Los oni no pueden dañaros si no se lo permitís.
Anthea sonrió y dio un largo sorbo al té.
—Pero se empeñan en perseguirme en sueños.
—El señor Atkins vino a verme esta tarde. —Anthea la miró con un destello de preocupación en sus ojos—. Considera que pasáis demasiado tiempo aquí encerrada. No puedo decir que no tenga razón, deberíais salir más señorita Hopper.
—No tengo tiempo para eso, señora Saitô.
La mujer le dedicó una sonrisa amable y después sorbió su té con calma.
—Siempre hay tiempo para eso —dijo y acto seguido bajó el tono de voz—, yo vigilaré que nadie entre en vuestro cuarto, sus ordenadores estarán seguros.
—Pero...
—Podríais ir al Kiyomizu-dera y rogar a Buda por la desaparición de esos oni.
Anthea estaba a punto de protestar porque el Kiyomizu-dera estaba siempre a tope de gente y le supondría perder medio día sólo en intentar entrar, si quería que rezase tenía otros dos templos budistas cerca, pero no dijo nada al ver que la señora Saitô le deslizaba un papel sobre la mesa.
—Quizás encontraréis marido. —Le guiñó el ojo.
En una de las habitaciones de L'Hermitage, en Francia, Sissi sorbía con parsimonia una taza de tila con manzanilla en la cama, Yumi y Aelita la habían tapado con el edredón porque no paraba de temblar y con la esperanza de que se calmase un poco.
Aelita la comprendía bastante bien. El encontrarte de repente en un mundo virtual sin saber cómo has llegado ni porqué estás ahí era algo bastante traumático, ella todavía tenía pesadillas a veces. Habían tenido que obligar a Odd a volver abajo porque estaba tan nervioso que parecía a punto de tener un infarto y lo cierto era que ese estado anímico no ayudaba mucho a tranquilizar a Sissi.
—¿Tú estuviste ahí dentro? —inquirió en un débil susurró.
—No —contestó Aelita—. Yo estuve en Lyoko.
—¿Y no es lo mismo?
Las dos amigas intercambiaron miradas sin darle una respuesta. Aelita hizo un gesto a Yumi para que las dejase solas y se sentó junto a Sissi mientras la japonesa salía sin hacer ruido de la habitación.
—No lo sé —siseó la pelirroja mirándose los zapatos.
—¿Cómo puedes no saberlo?
—Hay mucha cosas que no sé...
—Es vuestro maldito chisme —espetó Sissi crispada—. ¡Vuestro! ¿Qué demonios se supone que es? ¿Para qué sirve? ¡Ese trasto tarado casi me mata!
Aelita se encogió sobre sí misma, sintiéndose culpable sin saber porqué.
º º º
Anchorage, Alaska, Estados Unidos.
Febrero de 1994
Estaba adormilada, iba bien abrigada prácticamente cubierta por completo pero aún y así sentía el gélido frío cortándole las mejillas. Permanecía apoyada en el respaldo de un enorme banco de madera de la sala de espera del ferry, no sabía qué pinta debía tener pero seguro que no era muy buena. Jethro la había estado maquillando para ocultar los moratones de la cara y las capas de ropa impedían que se viese alguna de las magulladuras que le cubrían el cuerpo, la somnolencia provocada por los analgésicos le impedía mantener los ojos abiertos y tenía que luchar constantemente para entreabrirlos. Tal vez parecía una adicta en pleno síndrome de abstinencia, prefería no pensar demasiado en ello.
Lo que más le dolía era no saber con certeza si Waldo y Aelita estaban bien. Suponía que no los había atrapado porque hasta el último día intentaron sonsacarle su paradero; un paradero que ella intuía pero no conocía. Waldo le había hablado muchas veces de una fábrica abandonada durante la guerra, una fábrica en medio del cauce del Sena, una fábrica que se caía a pedazos mermada y maltratada por las bombas y el paso de los años.
«Es un escondite excelente» pensó rememorando la expresión rebosante de alegría de Waldo al ponerla al corriente de su hallazgo para el superordenador. Esbozó una sonrisa ignorando el lacerante dolor de sus labios agrietados que seguramente volvían a sangrar cubiertos por la bufanda. Ahora que no tenía nada sólo le quedaban sus recuerdos.
Anthea, ya tengo los billetes —susurró Jethro arrodillándose frente a ella y devolviéndola al presente, rompiendo así la imagen de la sonrisa de Waldo—. ¿Puedes levantarte?
Sí...
Observó con aprensión como se ponía en pie tambaleándose torpemente, la sujetó por el codo para ayudarla a caminar. Anthea agachó la cabeza medio mareada, el suelo se balanceaba vertiginosamente bajo sus pies, ondulándose, retorciéndose y hundiéndose; inspiró hondo y dejó el aire escapar entre sus dientes muy despacio entonces dio un paso, después otro y otro más hasta llegar lastimosamente al pie del embarcadero. Jethro le ofreció los billetes a uno de los oficiales del ferry que la miró fijamente.
¿Qué le ocurre? —preguntó el hombre.
Oh no es nada. —Sonrió Jethro—. Náuseas matutinas, ya sabe. Le he dicho que era mejor quedarse en casa pero ha insistido en ir a ver a su tía Cassandra a Maine. Es muy terca.
El hombre dibujó una mueca nada convencido y volvió a mirarla.
Es verdad —musitó Anthea—. Está enferma, en el hospital y... —Se sujetó con fuerza a la solapa del abrigo de su acompañante, le temblaban las piernas y empezaba a pensar que iba a caerse.
De acuerdo, de acuerdo. Pasen. Hay un médico a bordo si lo necesita.
Gracias —replicaron a la vez.
Jethro la agarró con fuerza por la cintura, manteniéndola en pie, mientras recorrían la cubierta hasta dónde se encontraban un par de bancos para los que preferían acomodarse en el exterior que en el caldeado interior del ferry. La ayudó a sentarse y se arrodilló frente a ella.
Eres una buena mentirosa, Anthea.
No tanto como tú —farfulló frotándose la frente, se encontraba fatal—. ¿Vamos a quedarnos en Maine?
No. Allí tomaremos un avión.
¿Hacia adónde?
Él sonrió complacido por la pregunta.
Cambiamos de continente.
Anthea pensó en lo mucho que necesitaba un ordenador con conexión a internet, esperaba que ese continente no fuese África o la Antártida. Entonces cayó en la cuenta y le miró como si estuviera completamente loco.
¡En los aeropuertos hay controles! —exclamó en un susurro—. Nos atraparan antes de empezar. —La sonrisa de Jethro la hizo pensar, por un momento, en la sonrisa confiada de Waldo.
Los controles se pueden pasar sin problemas si sabes hacerlo.
Y tras oír aquella frase, por segunda vez en su vida se sintió como una cría que ha vivido siempre entre algodones y que no sabe nada del mundo real. Pensó en Waldo y en como se las había apañado para cruzar el muro sin incidentes.
º º º
París, Francia
23 de enero de 1994
Aelita no te entretengas.
La muchacha despegó la vista del escaparate para mirar a su padre de pie a un par de metros de ella. Su padre odiaba ir a la ciudad aunque ella no alcanzaba comprender el porqué. Volvió a mirar el escaparate soñando despierta.
¿Te gusta ese vestido?
Sí.
Waldo había regresado a su lado para ver qué era eso tan interesante de lo que no podía apartar los ojos. Sonrió afable. Sin Anthea estaba bastante perdido, no entendía demasiado sobre niñas preadolescentes y sus gustos.
¿Lo quieres?
No lo necesito.
Pero te gusta.
Aelita asintió agitando su melenita roja. Su padre le tendió la mano, que ella tomó gustosa, y la llevó al interior de la tienda para que se lo probara. Waldo permaneció de pie junto al escaparate pendiente de la cortina del probador aunque, de reojo, vigilaba a todo el que pasaba por la calle. Desvió la vista en dirección a una callejuela que quedaba semioculta por la furgoneta de una floristería, había alguien escondido, no se lo había imaginado les estaban siguiendo.
¿Cómo me queda? —preguntó Aelita que había ido hasta su padre.
Perfecto, princesa —contestó con una sonrisa de dientes blancos. Tomó la etiqueta entre los dedos para ver el precio y después saco un par de billetes de su cartera—. Toma, págalo cuando te hayas cambiado.
La muchacha regresó al interior del probador dando saltitos de alegría, tenía vestido nuevo y podría pagar ella misma como si fuera una adulta.
Volvió a mirar al exterior pero ya no había nadie allí, tendrían que dar un rodeo. Miró su reloj, era hora punta, sonrió; allí cerca había una estación de metro con dos salidas y estaría abarrotado, ideal para despistar a sus perseguidores, sólo tenía que buscar el modo de escabullirse hasta la parada del autobús a dos manzanas sin ser vistos.
º º º
—Hierón... —susurró Jérémie como si tratase de ver más allá de la palabra—. Hierón, Hierón, Hierón...
—Repetirlo como un disco rayado no hace que lo entendamos —protestó Ulrich repantigado en el sofá.
Jérémie no pareció escucharle y continuó repitiendo aquella palabra una y otra vez mientras se frotaba la barbilla. Lo cierto era que Hierón le sonaba haberlo estudiado o leído en algún lugar.
Yumi regresó de la cocina con una taza llena de café y enarcó una ceja al oír el bucle en el que estaba sumido Jérémie, fue hasta el sofá y le dio un golpecito en el muslo a Ulrich para que le hiciera un hueco en el que sentarse, él se retrepó rápidamente sentándose bien recto. Odd que normalmente se habría reído a carcajadas sólo atinó a esbozar una sonrisa.
—Jérémie, Sissi no recuerda nada más. —Suspiró quedamente y balanceó el café del interior de la taza—. Sólo lo de Hierón y... bueno, Xanadu.
—Imposible... —musitó ajustándose las gafas.
—Más que el porqué sólo recuerda eso tendríamos que preguntarnos cómo llegó hasta allí ¿no? —soltó Ulrich con aire resuelto.
—Eso es muy simple. —Jérémie le dedicó una mirada cansada—. X.A.N.A. la llevó hasta allí, y de algún modo hizo que el mar digital no la afectase.
—Más que eso —interrumpió Yumi— ¿por qué llevo a Sissi hasta Xanadu? ¿Acaso no podía ir solo o la necesitaba para algo? Tú qué dices, Odd
Odd la miró y Jérémie y Ulrich, que parecieron darse cuenta en ese momento que el chico estaba allí, esperaron impacientes sus palabras.
—Yo... no lo sé.
—Odd, no te preocupes más, está bien —dijo Ulrich quitándole hierro al asunto—. Seguro que mañana estará como siempre y se le habrá pasado el susto.
William se apartó de la ventana y avanzó hasta sus amigos cortando la réplica de Odd que seguramente estaría fuera de lugar y a los cinco minutos se habría arrepentido de decirla.
—A ver. Supongamos que Xanadu siempre ha estado ahí al otro lado de la torre submarina del sector del desierto —Jérémie le miró enfurruñado, consideraba que suponer eso era demasiado suponer—. Hay, por lo menos, el doble de torres de las que hay en Lyoko y ahora sabemos que se pueden activar.
—Eso no lo sabemos...
—La torre blanca —interrumpió Yumi a Jérémie—. Era azul cuando la vi.
Ulrich que había permanecido en silencio se echó hacia delante en el sofá y le hizo un gesto a Jérémie para que se callase.
—Tú —espetó señalando a William con el índice—, seguro que sabes más de lo que dices. Nos vas soltando cosas con cuentagotas como si fuésemos idiotas. ¿Qué tiene que pasar para que nos cuentes toda la verdad, William?
—Veo que todavía no has entendido nada —replicó el moreno con una sonrisa desafiante.
—¿Qué no lo he entendido?
—Eso he dicho.
—¡Eres un...!
—Déjale en paz.
Aelita en el zaguán de la puerta miraba a Ulrich con las mejillas sonrojadas por un acceso de rabia que la había pillado totalmente por sorpresa. No sabía porqué se había enfadado tanto con Ulrich por algo tan tonto como eso. Avergonzada por su propia reacción dio media vuelta y se esfumó, la escucharon subir las escaleras corriendo y después dar un portazo. Jérémie, Ulrich, Odd y Yumi se miraron entre ellos a cual más sorprendido, no notaron que William abandonaba el salón y subía las escaleras tras Aelita.
—¿A qué venido eso? —rompió el silencio Odd.
Yumi puso su mano sobre la de Ulrich que se cerraba con fuerza sobre la tela de sus vaqueros, por una vez aquel suave contacto no sirvió para calmarle los nervios.
—Creo que Aelita sabe algo que nosotros no.
—¿Algo cómo qué? —inquirió Jérémie.
—Bueno —susurró Yumi—, ambos estuvieron largo tiempo atrapados en Lyoko, puede que entienda la situación mejor que nosotros.
—Eso es mucho suponer —gruñó Ulrich cruzándose de brazos.
William llamó a la puerta de la habitación de Jérémie y Aelita aguardando a que desde dentro ella le permitiese pasar, pero Aelita no dijo ni pío. William suspiró.
—¿Puedo pasar? —preguntó desde el otro lado de la puerta.
Aelita levantó la cara que había hundido en la almohada, se puso en pie y fue hasta allí.
—Entra —musitó con un susurro abriendo la puerta.
—¿Qué te pasa? Nunca te había oído hablarle así a uno de tus amigos.
—Si te digo que no lo sé ¿me creerás?
El muchacho la observó y después asintió.
—Sí.
—Sé que es eso de no poder recordar algo hasta que ocurre algo similar y entonces todo te vuelve de repente. —Aelita entrecruzó la manos y se las miró fijamente cabizbaja—. Descubrir de repente que lo sabías pero que por alguna razón no podías recordarlo, como si...
Calló y sacudió la cabeza apartando de su cabeza el resto de sus palabras pero William le alzó la barbilla y le sonrió.
—Como si estuviese oculto tras un cristal empañado y por arte de magia se aclarase y decidiese dejarte verlo claro —dijo él—. Como si alguien se estuviese burlando de ti, jugando con tu mente sólo para torturarte y hacer que los demás desconfíen de ti, hasta el punto de que tú mismo eres incapaz de confiar en ti.
—Sí... —replicó ella. Era así justamente.
—No creo que sea cosa de X.A.N.A. si algo he aprendido de ese virus es que no pierde el tiempo con juegos como ese.
—Es Lyoko —afirmó sin dejar espacio para la duda—. Es algo que hay en Lyoko.
—Hierón —soltó William.
Entonces Aelita se apartó de él y fue hasta su cama levantó el colchón y de entre una colchoneta de espuma y el somier sacó un libro negro con ilustraciones doradas en la portada. "Las Guerras Púnicas" podía leerse. Pasó varias hojas ausente, en los márgenes de las páginas había anotaciones en dos tipos de letra diferentes.
—La primera Guerra Púnica la provocó el intento de expulsar a los mamertinos de Mesina por parte de Hierón II, aliándose para tal fin con Cartago —Aelita leyó la primera frase y después cerró el libro con expresión cansada.
—¿El Hierón de Sissi tiene que ver con ese Hierón II?
—El núcleo de Lyoko está protegido con la contraseña "Escipión", el sistema lo marca como Carthago. Escipión derrotó a Cartago.
—Entiendo...
—¿Lo entiendes? —preguntó sorprendida, William asintió—. El libro. No sé de quien era, reconozco la letra de mi padre y la otra imagino que es de mi madre, pero creo que eso es algo que nunca sabré.
X.A.N.A. sentía un dolor intenso y agudo, algo que jamás creyó posible. Cada vez que intentaba tomar control de una torre el dolor se acentuaba, era como si alguien estuviera aplicándole una desfragmentación de disco, un formateo, una purga y después un volcado de datos y un programa de encriptación extremadamente sofisticado. Su conciencia estaba adormilada y tenia una sensación muy extraña, como cuando se apoderaba de un cuerpo y caía al suelo.
Oyó un tintineo cerca suyo. Conocía aquel sonido porque había buscado cazarle durante largo tiempo. Aquel sonido se convirtió en palabras dentro de su cabeza.
Yo puedo ayudarte, X.A.N.A.
«Cállate» pensó incapaz de hablar con la oscuridad rodeándole.
Sé qué te ocurre —continuó la voz—. No escucharme no te hará ningún bien.
«No quiero oírte.»
Eres como un cachorro abandonado en mitad de una tormenta.
Si hubiese tenido fuerzas se habría cabreado y avisado a su ejercito de clones, pero no tenía fuerzas casi ni para pensar.
Déjame ayudarte.
Pero X.A.N.A. ya no dijo nada más y Waldo prefirió callar y alejarse. Se preguntó si se habría dado cuenta de el cambio que le había producido pisar Xanadu y si era así si sería capaz de reconocerse.
Se sumergió en el mar digital.
A base de suplicar y rogar que le dejasen pasar de soportar empujones y pisotones había conseguido abrirse camino hasta el gran tori rojo. Anthea se deslizó con la mayor dignidad posible hacia la zona boscosa en la parte opuesta a la inmensa cascada, allí apenas había gente, todos se concentraban en el gran templo Otowasan Kiyomizudera.
Seguramente tendría la suerte de dar con un rincón desierto, quizás en la zona más cercana a los jardines zen, tampoco es que fuese imprescindible que no hubiese nadie cerca pero lo prefería así. Llevaba el notebook portátil dentro del bolso.
Se sentó dándole la espalda al templo sobre una roca medio escondida entre árboles y fingió meditar, muchos iban allí para rezar y después aprovechaban la calma del bosque para meditar.
Abrió el pequeño portátil y lo puso en funcionamiento, el enlace con su copia original del superordenador se activó al instante desplegando ventanas con accesos a los sistemas principales de Lyoko y Xanadu.
Comprobó la situación. El sistema continuaba estable, su estrategia de puentear los sistemas de seguridad del superordenador no había tenido consecuencias.
—Bien.
«Hora de echarle un cable a X.A.N.A.»
Ayudar a X.A.N.A. después de haberle debilitado usando el código Hierón, era ciertamente contradictorio tener que hacerlo.
Activó Xanadu y sorteó uno de los programas escudo que había programado ella misma, lo que en la actualidad cualquier informático llamaría cortafuegos, aunque no era exactamente eso. Necesitaba seis torres para hacerlo.
Seis.
Demasiadas, corría un riesgo bastante alto al querer activarlas. Jérémie Belpois no era idiota, Xanadu le habría llamado la atención lo suficiente como para investigar que había allí y tender un sistema de detección para posibles intrusiones. ¿Y si dejase que la descubriese? Que detectase una intromisión no le llevaría hasta a ella, así que en parte era seguro.
«A veces hay que correr riesgos» solía decir su abuela antes de que el mundo se torciera y barriese con todo lo que ella conocía. Antes de la masacre griega, antes de verse recluida en un internado suizo gracias a un benefactor anónimo al que jamás pudo localizar.
—Seis torres —susurró y se puso a trabajar en ello.
En el salón de L'Hermitage saltó la alarma del viejo portátil de Jérémie crispando los nervios de todos los presentes. No podía ser X.A.N.A. de nuevo, acababan de desactivar su torre, nunca había atacado tan seguido.
Jérémie abrió el portátil y no reconoció el sistema de torres de Lyoko, la alarma no era del superescáner. Las cabezas de Odd, Ulrich y Yumi asomaron tras él para echar un vistazo al posible ataque o lo que quiera que fuera. La pantalla mostraba un mapa en dos dimensiones extraño y desconocido.
—Es Xanadu —declaró Yumi. Tras haber estado en aquel lugar era capaz de reconocerlo.
—¿En serio? —preguntó incrédulo Jérémie—. Entonces mi sistema de detección funciona —pronunció con orgullo—. Me he pasado horas trabajando en ello. Como no sabemos si X.A.N.A. tiene o no acceso a él supuse que sería una buena idea controlar ese lugar; pero aún no había tenido tiempo de comprobar si funcionaba o no.
—Pues creo que ya lo has comprobado —replicó Odd recuperando el buen humor, la acción siempre le animaba.
—Pero tenemos un problema...
—¡Ya se nos ocurrirá algo!
Una sonrisa fraternal se dibujo en los labios de Jérémie, Odd estaba de vuelta.
—De acuerdo —accedió Jérémie animado—, lo pensaremos por el camino.
Continuará

2 comentarios:

  1. ¡Hola!
    Descubrí ayer tu fic y... ya voy por este último capítulo que has subido y déjame decirte que no es por hacer la pelota ni nada, es porque es verdad (siendo bloguera literaria es lo único que hago últimamente, decir la verdad sobre escritos que me encuentro por Internet xD). Consigues que parezca que los personajes son como los de la serie de dibujos y eso es difícil, pero lo haces sin problemas :D
    No quiero ni presionarte ni nada por el estilo, solo quiero decirte que la sigas, sin presiones ni nada si no puedes subir en 3 meses pues nada, yo seguiré esperando al capítulo 20 y luego al 21 y así hasta que la acabes si la haces :)

    Bueno, sin más me despido, ¡nos leemos!

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    1. ¡Hola!
      ¡Vaya! Tuviste trabajo para ponerte al día, son muchos capítulos.
      Muchas gracias, mantener personajes que no son tuyos IC es complicado. Los más complicados son Ulrich y Yumi, son demasiado lentos y yo demasiado impaciente.
      El capítulo 20 está a punto de salir del horno, le estoy dando los últimos retoques y entre hoy y mañana intentaré subirlo.
      ¡Muchas gracias por leer y sobre todo por comentar! ¡Nos leemos!

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