lunes, 2 de mayo de 2011

ADQST 15.- Perdida


Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Perdida

Le zumbaban los oídos.

Estiró el brazo y palpó a su alrededor en busca del cuerpo de otra persona, entre sus dedos se colaron las mullidas fibras de lo que semejaba ser hierba. Desconcertada intentó abrir los ojos, los párpados parecían pesarle toneladas al igual que el resto de su cuerpo.

Inspiró hondo pero no notó como sus pulmones se llenaban de aire, aquella sensación de ligera presión en las costillas no llegó. Volvió a inspirar hondo y retuvo el aire durante lo que le pareció una eternidad irreal, su cuerpo no le exigía que soltase el aire y volviese a respirar.

El zumbido se fue aclarando, no era un pitido ni nada similar, era la voz de alguien que chillaba. ¿Qué decía? ¿le hablaba a ella?

Sabía que era de día, sentía la calidez del sol sobre su piel, el mismo sol que hacía que la cara interna de sus párpados se tiñera de naranja. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?

—¡... torre! —aulló aquella voz torturada repentinamente clara—. ¡Entra en la torre!

¿Torre? ¿Había una torre? ¿por qué tenía que entrar en ella? Si no podía moverse ¿cómo iba a entrar?

º º º

Pirineos franceses

Miércoles 3 de enero de 1990

La nieve había dejado de caer hacía apenas cinco minutos y Aelita miraba deseosa el manto blanco que lo cubría todo desde detrás del cristal ligeramente empañado por el contraste térmico. Pegó la rosada mejilla contra la fría superficie del vidrio, quería ir a jugar en la nieve. Lo quería de verdad. Le encantaba la nieve, revolcarse por ella del mismo modo que le gustaba hacerlo en la orilla del mar con las olas rompientes en un caluroso día de verano, hurgar en ella hasta que los deditos rojos se le entumeciesen, hacer muñecos de nieve con pedacitos de carbón vegetal como ojos, boca y botones, nariz de zanahoria, ramitas como brazos y la bufanda de papá para que no se resfriase.

Alzó los bracitos y se dejó caer hacia atrás con el ceño fruncido sobre la multitud de cojines de colores que se apilaban sobre la alfombra persa. Quería ir a jugar con la nieve. Soltó un soplido y rodó sobre los cojines hasta que se le acabaron y quedó tendida sobre el frío suelo de madera.

¿Qué haces pequeña croqueta? —preguntó Anthea con una ceja alzada, cuando la veía hacer aquello le recordaba a su niñez, al modo en que su madre, después de bañar las croquetas en huevo batido, las deslizaba con energía sobre una fuente enorme repleta de harina, de punta a punta.

Me aburro.

¿Por qué no lees algo?

Aelita hizo un ruidillo de protesta y se abrazó las rodillas sin levantarse.

Ya sé, juguemos a algo. —La niña giró la cara, para ver a su madre, con expresión escéptica—. Vaya actitud.

Quiero jugar en la nieve.

Anthea suspiró.

La nieve en polvo es...

Peligrosa porque hace que te hundas —finalizó la frase de su madre, la había oído tantas veces que se la sabía de memoria—. Pero si nadie la pisa seguirá siendo igual hasta el deshielo.

Anthea, no ha nevado tanto. No le pasará nada.

La mujer le miró fijamente. En realidad la nieve en polvo no la preocupaba tanto. Se sentía observada desde hacía semanas. Al principio creyó que estaba un poco paranoica hasta que una tarde, al volver de comprar, comprobó con cierto temor que el dossier con falsa información clasificada no estaba en el mismo lugar donde lo había dejado.

Aquella mañana de hacía tres semanas, dando vueltas y más vueltas en la cama tras una larga noche de insomnio había planeado tenderle una emboscada a su espía o demostrarse a sí misma que estaba como una cabra. Convenció a Waldo para que fueran todos juntos al pueblo de al lado para hacer algunas compras. No fue fácil, pero a base de insistir lo consiguió. Cuando Waldo y Aelita ya estaban dentro del coche, ella, regresó a la cabaña aduciendo que se había olvidado el monedero, cosa que era mentira. Cubrió la mesa con un mantel de picnic con flores y cuadros y dispuso el dossier cebo de manera que, si se movía, lo notase con un rápido vistazo. Al regresar lo vio, apenas lo habían dejado descolocado unos cinco centímetros, pero era evidente que alguien había entrado en la casa.

Lo más sensato habría sido avisar a Waldo, pero temía que al hacerlo alertase a sus vigilantes e hiciesen daño a Aelita.

º º º

Jérémie bajó al trote las escaleras de L'Hermitage, se subió las gafas con la punta de los dedos.

—¡Hay una torre activada! —exclamó.

Los chicos saltaron, literalmente, de los asientos. Aelita tomó su teléfono móvil de la mesita y se lo llevó a la oreja.

—Llamo a Yumi —espetó corriendo detrás de los demás.

—¿Qué pasa? —contestó la nipona al otro lado de la línea.

—X.A.N.A. ataca.

—Vamos para allá.

Yumi colgó el teléfono y miró a William que acordaba con Charlotte Lafitte la firma del contrato de alquiler. Él captó la mirada de "problemas" y se disculpó atropelladamente con la mujer, recorrió el salón, tomó a Yumi de la mano y salieron a la calle como si fuesen a apagar un incendio.

William marchaba delante y ella, unos pasos por detrás, iba distraída y sorprendida de la alta actividad de X.A.N.A., sólo recordaba un periodo en el que atacaba constantemente y no trajo nada bueno.

—William —alzó la voz y él bajó la velocidad hasta ir a su paso—. ¿Qué es lo que quiere X.A.N.A.?

—¿Qué te hace pensar que lo sé?

—Intuición.

—¿Intuición tipo Jérémie?

Yumi le miró con una ceja enarcada y una sonrisa desafiante.

—Más bien una tipo Aelita.

—Ya…

Varios gritos hicieron enmudecer al muchacho, ambos se detuvieron en busca de su procedencia. La calle que discurría paralela al río estaba prácticamente desierta, sólo una mujer paseando a su caniche que se había asustado y, al igual que ellos, trataba de descubrir qué pasaba. Algunas personas giraron la esquina en tropel y pasaron junto a ellos huyendo, un cangrejo de Lyoko les perseguían disparando sus láseres. La calle se convirtió en caos. William sujetó a Yumi y se pegó a la barandilla mientras la abrazaba para evitar que la engullese la marea de gente histérica.

—En cuanto puedas corre a la fábrica, yo me encargo del cangrejo.

—No.

—¿Cómo? —preguntó con voz severa William.

—He dicho que no —levantó la voz para asegurarse de que le escuchara—. Ve tú a la fábrica, si hay que ir a Xanadu tú sabrás cómo hacerlo. Yo no podría.

—¡El cangrejo es peligroso!

Yumi puso los ojos en blanco y alzó la barbilla.

—Yo luchaba con cangrejos mucho antes de que tú te enterases de que existía Lyoko.

—Eso suena a "no sabes nada, tendrías que pasar una guerra como yo. Si hubieses combatido en Vietnam…" —dijo con humor—. Te pareces a mi abuelo.

—Ve a la fábrica, el cangrejo es para mí —espetó Yumi.

Corrió entre las patas del monstruo que de inmediato se lanzó a la caza de su auténtico objetivo. William masculló una maldición antes de retomar su carrera hacia la fábrica.

«Odd». Sissi había repetido tantas veces ese nombre en las últimas horas que empezaba a perder el significado. Había logrado arrastrarse hasta el enorme edificio con forma de torre como le había pedido aquella voz torturada, una vez dentro todo fue silencio. Allí en el interior de aquella construcción de paredes azules plagadas de números que bailoteaban frente a sus ojos, se abrazaba las rodillas enroscada en la plataforma brillante. Los números luminosos ya no le molestaban ni le mareaban y la luz pálida que brotaba del símbolo de la plataforma había dejado de deslumbrarla. No tenía frío ni calor. Tampoco tenía hambre.

No se había movido en horas y aún y así no le dolía nada, no se le habían entumecido las articulaciones ni dormido los dedos de las manos de apretarse las rodillas. Empezaba a tomar conciencia de lo que era aquel lugar. El Lyoko del que hablaban, el mismo Lyoko del diario de Ulrich que con tanto ahínco había tratado de descubrir y ahora que estaba ahí, sólo podía pensar en volver a casa y acurrucarse bajo sus sábanas blancas.

Aquel ente ya no estaba la había dejado allí sola y asustada.

—Odd...

Pensó en lo mucho que había odiado a Odd tiempo atrás. No le soportaba porque siempre se metía con ella. No sabía cuándo había cambiado ni por qué, fue de repente y no tenía sentido. Se preguntó si había sido por una de esas vueltas al pasado, porque le había estado mirando con rabia y un segundo después sintió que le invadía un profundo sentimiento de alivio por tenerle delante. Ahora le hacía sentir segura.

¿Se habría dado cuenta de que no estaba? ¿La estaría buscando?

—Estoy aquí, Odd...

La tapa de la alcantarilla se levantó vacilante y después, unas manos la empujaron con decisión. De las entrañas del alcantarillado salió Ulrich que ayudó a Aelita a subir a la superficie, después subieron Odd y Jérémie.

—No parece que X.A.N.A. haya lanzado un ataque todavía —masculló Odd que fulminaba con la mirada a su móvil por no dar señal cuando llamaba a Sissi.

—Demasiado silencio. —Ulrich observaba la entrada de la fábrica con el ceño fruncido.

—¡Eh! —exclamó William corriendo hacia a ellos—. Creía que estaríais ya en Lyoko.

—¿Y Yumi? —preguntó Aelita poniéndose tensa.

—Ya la conoces —contestó—, se ha ido a jugar con un cangrejo.

—¿X.A.N.A. ha enviado a un monstruo? —preguntó Jérémie tenso.

—Que sepamos, sí.

—No hay tiempo que perder entonces —espetó Odd retomando el camino hacia la fábrica.

Jérémie y Aelita le siguieron, había que detener el ataque de X.A.N.A. antes de que la cosa se torciese demasiado. Ulrich, parado frente a William, soltó un hondo suspiro y apretó los puños con fuerza.

—¿Y la has dejado sola? —La rabia inundaba sus palabras.

—Es lo que quería. —Se encogió de hombros—. Ve a ayudarla.

—¿Por qué? —gruñó.

—Me he dejado el traje de superhéroe en casa.

—No tiene ninguna gracia.

—No pretendía ser gracioso —masculló William caminando hacia la fábrica—. Ve y rescata a la princesa de las pinzas del cangrejo.

Lo primero que pensó Jérémie cuando se abrió la puerta del ascensor fue que había algo que no iba bien. La luz de la sala estaba encendida, la butaca frente al teclado y el holomapa mostraba la imagen 3D de aquel lugar llamado Xanadu. Aelita le agarró con fuerza el brazo, Jérémie la miró pero no logró descubrir si estaba tensa o asustada. Odd tragó saliva y avanzó cauteloso detrás de sus dos amigos.

Jérémie tomó asiento, se ajustó las gafas nariz arriba y se colocó el auricular en el oído.

—¿Qué pasa? —preguntó Odd inclinándose para ver mejor la pantalla.

—Silencio —ordenó Jérémie poniéndose un dedo sobre los labios.

Oía algo de fondo, como si estuviera muy lejos. Cerró los ojos y se tapó el otro oído con la mano. Sonaba como un sollozo, como alguien que lloraba y decía algo, alguna cosa que repetía una y otra vez. No sonaba como X.A.N.A. aunque tampoco era que supiera como sonaba su archienemigo. Se concentró en los pequeños detalles, los matices más sutiles. Era una mujer, estaba casi seguro. Pensó en Yumi y sacudió la cabeza, William acababa de decirles que estaba persiguiendo al monstruo; Aelita estaba a su lado, olía su champú y su colonia.

Abrió los ojos y miró con horror a Odd que le devolvió una mirada confundida.

—¿Sissi? —inquirió en un susurro el joven genio.

El ascensor volvió a abrirse y William bajó, observó a sus compañeros que parecían horrorizados.

En el exterior Yumi corría persiguiendo al cangrejo, por algún motivo la situación había cambiado. No podía dejar que aquello rondara a sus anchas por la ciudad aunque empezaba a intuir hacia dónde se dirigía. Necesitaba un arma.

El monstruo se detuvo y ella también lo hizo, estaban en la intersección donde el bosque se juntaba con el parque de Kadic. Trató de descubrir qué hacía allí parado mientras recuperaba el aliento. El cangrejo se balanceaba sobre sus cuatro largas patas como si bailase, ahora a la derecha, ahora a la izquierda.

Vio el resplandor de la batería de láser justo antes de que unos brazos se enredasen en su cintura y acabase rodando por el suelo. El rayo impacto donde había estado ella unas milésimas antes.

—¡Arriba!

La levantaron de un fuerte tirón del brazo y la arrastraron a la carrera mientras le cogían de la mano con fuerza. Una sonrisa nerviosa se dibujó en sus labios, el pelo castaño, la espalda ancha, la cazadora vaquera desgastada.

—¡Ulrich!

—He pensado que te vendría bien un poco de ayuda.

—Genial, pero vamos en dirección contraria. —Ulrich se giró para mirarla sin dejar de correr—. El cangrejo va hacia la escuela.

Él maldijo entre dientes y cambió de dirección. ¿Por qué atacaba la escuela X.A.N.A. si ya no tenía nada que ver con ellos?

En el interior de la fábrica el ambiente que reinaba era tan tenso que casi podía cortarse el aire con un cuchillo. El ataque de X.A.N.A. había quedado eclipsado por un problema aún mayor.

Odd apretaba los dientes curvado hacia delante amenazadoramente, clavaba los dedos en el reposabrazos de la butaca del superordenador en la que Jérémie se echaba hacia un lado, casi subiéndose sobre el otro reposabrazos tratando de huir de la ira de su amigo. No podía culparle por su reacción pero él tampoco tenía la culpa de que un "de momento no podemos hacer nada" le hubiera sacado de sus casillas.

William, que había demostrado tener buenos reflejos, había apartado a Aelita de donde estaba en el momento en que Odd se abalanzaba sobre la butaca, de no haberlo hecho hubiese acabado en el suelo.

—¡No pienso quedarme aquí de brazos cruzados!

—Sé razonable Odd. No puedo virtualizarte en Xanadu y no sé cómo solucionar lo del mar digital…

—¿No puedes recuperarla como hiciste con Yumi y William?

Jérémie le dedicó una mirada cansina a Aelita. Se ajustó las gafas.

—No, el superordenador no la reconoce.

—¿Por qué no? —preguntó William.

—Estaba controlada por X.A.N.A. así que el código virtual de Sissi que ha guardado el escáner no es el mismo que tiene ahora.

—No lo entiendo… —siseó Aelita.

—Es como cuando Odd se virtualizó junto con Kiwi, sus ADN se mezclaron.

—Pues arréglalo —ordenó Odd.

—No sé cómo. No es como en tu caso que tenía datos antiguos sobre tu ADN, no tengo datos sobre Sissi.

—Virtualízame, Jérémie —dijo William—. Por el momento sabemos que a mí el mar digital no me afecta y ya he estado en Xanadu. Así al menos no estará sola.

—Yo desactivaré la torre —afirmó Aelita.

—No puedes ir sola —murmuró Odd—. Iré contigo. —Sujetó a William por el cuello de la camiseta y le dio un fuerte tirón—. Más te vale tratarla bien, guaperas.

William le apartó las manos con firmeza pero sin brusquedad.

—Tranquilo.

—Bajad a la sala de escáneres.

Odd estuvo mascullando cosas inteligibles mientras el ascensor les llevaba a la sala. Jérémie, a través de la megafonía, les pidió a Odd y a Aelita que entrasen primero en los escáneres para virtualizarles. Aterrizaron en el sector del bosque con elegancia, a su alrededor todo parecía estar en calma, la torre activada se veía desde su posición.

—Vamos —pronunció secamente él.

Aelita le siguió con el entrecejo fruncido preocupada por cómo estaba llevando la situación.

William por su parte cayó sobre la amplia plataforma del sector del desierto. Miró a su alrededor como si esperase encontrar a alguien, a X.A.N.A. quizá. No estaba seguro. Allí no había nadie.

—Voy a saltar, Jérémie —declaró.

—De acuerdo.

—Oye... ¿estás seguro de que soy inmune al mar digital? —Se frotó la nuca, él no estaba demasiado convencido pese a lo que había dicho en la sala del superordenador.

—No. Pero es una buena teoría —contestó con sinceridad—. Si no lo eres no pasa nada. Puedo recuperarte con el programa de materialización que creé para Aelita. Con Yumi funcionó, así que no creo que falle contigo.

—Jérémie... —murmuró.

—¿Qué?

—Si me pasa algo. —Tragó saliva—. Prométeme que cuidarás de Yumi.

Jérémie permaneció en silencio lo que a William se le antojaron horas, finalmente contestó.

—Te lo juro.

William sonrió y saltó hacia el agua con los brazos extendidos, le sorprendió su reflejo antes de zambullirse. Su ropa se había vuelto negra y el símbolo de X.A.N.A. volvía a decorar su pecho. Entró en la torre y se palpó el cuerpo como si no creyese posible seguir teniendo uno.

En la fábrica Jérémie vio como la señal de William se desvanecía al tocar el mar digital. Se preguntó con aprensión si estaría bien, el programa de localización del superordenador estaba a punto de volverse loco tratando de localizarle. Se ajustó el auricular y le llamó, pero tal y como había supuesto, no hubo respuesta.

Abrió el canal con el sector del bosque.

—¿Me oís?

—¿Sissi está bien? —preguntó Odd nervioso.

—Sí, bueno, no lo sé aún —replicó—. Escuchadme. Tengo a William en el mar digital, así que no voy a poder estar por vosotros. Tened cuidado.

—De acuerdo, Jérémie —contestó Aelita.

—Jérémie —musitó Odd—. Confío en ti.

El chico se ajustó las gafas con una agradable sensación de orgullo. Retomó la conexión con el sector del desierto y esperó a que algo pasase. La pantalla fundió a azul y al instante apareció Xanadu con su tétrico relieve.

—Sigo vivo —dijo William observando su ropa que volvía a ser normal—. ¿Por dónde empiezo a buscar?

—Está en alguna torre —declaró aliviado.

—Por si el superordenador no te da una imagen de Xanadu, déjame decirte que hay por lo menos un centenar de ellas por plataforma.

—No puedo darte algo más exacto de momento.

—Vaaale —farfulló con desgana.

Caminó entorno al espacio que conocía de aquel mundo virtual.

—¡Sissi! —William observó las torres como si fuese a ver a través de ellas y encontrarla—. ¿Dónde estás?

No hubo respuesta.

Pensó, con un toque de humor negro, en que Xanadu parecía el escenario de una peli de terror del que fuese a salir un tío con máscara de hockey que perseguiría escaleras arriba a una universitaria americana que, por un motivo desconocido, acabaría corriendo en ropa interior y chillado como una loca por un jardín gigante de cuidado césped verde reluciente que no se acabaría nunca y clavarle un cuchillo gigante tantas veces que la dejaría como un colador. Siempre se echaba unas buenas risas con esas películas, pero no querría toparse con el tío de la máscara de hockey.

—¿Jérémie? —llamó al chico esperando que tuviese el canal de comunicación abierto—. No puedo ir torre por torre hasta dar con ella, un poco de ayuda me vendría bien.

—Un minuto —espetó secamente.

William se encogió de hombros, sólo esperaba que en ese minuto no apareciesen aquellas cosas que habían atacado a Yumi.

—¡Ey Sissi! ¡Grita si me escuchas! —bramó usando las manos a modo de megáfono—. Soy William. Me manda Odd.

Silencio.

El aura de todas las torres era azul aunque aquello, lejos de tranquilizarle, le ponía nervioso. Había algo diferente en Xanadu desde el día anterior. Sentía la presencia de X.A.N.A. como si le mirase fijamente el cogote.

Los peces chapotearon dentro del lago cristalino, William no pudo reprimir el impulso de girarse para mirarlos. Las ondas que se formaban en el agua cada vez que saltaban dibujaban extrañas formas sobre la superficie líquida. Quiso aproximarse para verlo más de cerca pero entonces todo quedó en calma. Los peces volvían a nadar tranquilos y el agua dejó de agitarse. Con el ceño fruncido se dio la vuelta y miró nuevamente las torres. Iba a llamar a Jérémie otra vez pero de su garganta no salió ningún sonido, se quedó con la boca abierta.

Hacía tanto que Ulrich y Yumi no pisaban la academia que tardaron un poco en orientarse, pero ahora ya no tenían problemas para saber a dónde iban. Habían recorrido la mitad del campus, pasando por el gimnasio desierto y finalmente se habían adentrado en el edificio de la residencia para refugiarse e idear un plan.

—¿Crees que le hemos despistado? —preguntó Yumi en un susurro.

Agazapados a oscuras en la vieja sala de calderas respiraban con dificultad después de la carrera que se habían pegado persiguiendo y huyendo del monstruo de X.A.N.A. Llevaban un rato en silencio esperando a oír algo que delatara que se acercaba o gritos en el exterior por cruzarse con un cangrejo gigante de ciencia ficción. Pero no se oía nada.

—No lo sé... Tenemos que alejarlo de la escuela.

—Suena fácil. —Pese al tono apenas audible que usaba, Ulrich notó el sarcasmo que teñía las palabras de Yumi—. ¿Se lo pedimos por favor? —Enarcó las cejas y Ulrich contuvo las ganas de reír.

—Hay que ser educado en cualquier situación, pero no creo que nos haga caso.

Yumi se recogió el pelo y se lo sujetó con un lápiz naranja de procedencia misteriosa ¿lo llevaba encima? ¿se lo había encontrado? A saber... la cuestión era que allí estaba. No era un detalle tan importante como para preguntar.

—¿Te acuerdas del ataque de la piscina? —Cuando las mejillas de Yumi se encendieron supo que sí, que se acordaba—. Pues haremos lo mismo… bueno más o menos. Tú por la derecha y yo por la izquierda, nos encontramos en cinco minutos delante de la antigua habitación de Jérémie.

—Vale —susurró incorporándose.

Avanzaron con sigilo entre las sombras hasta la puerta metálica.

—Ten cuidado —pronunció Ulrich con la mano sobre el pomo.

—Tú también.

Abrió sin más demora, se sonrieron mutuamente antes de correr en direcciones opuestas.

William apenas logró hilar sus propios pensamientos con la suficiente lucidez como para comprender lo que veía. La torre de Xanadu ya no era azul, ahora era blanca. Caminó hacia ella como si estuviera hipnotizado, como una polilla que vuela hacia una llama. Se formaron ondas rojas en la superficie cuando entró. Pestañeó.

En el suelo luminoso de la torre había alguien que se abrazaba las rodillas y repetía un nombre, una y otra vez, como si fuera un mantra «Odd, Odd, Odd...».

—¿Sissi...?

La muchacha alzó la vista, se levantó y se lanzó a los brazos de William como si fuera una tabla que flota en mitad del océano tras un naufragio. Temblaba, su falsa piel estaba helada. William la tomó por los hombros y la apartó despacio.

La ropa de Sissi era similar a la de Odd. Una ceñida malla blanca bordeada e hilada en rosa chicle la cubría casi por completo y, sobre ella, un trajecillo pantalón que se mantenía en equilibrio sobre su pecho sin mangas ni tirantes y abotonado con grandes botones blancos de arriba abajo y las costuras hiladas en blanco. Unos guantes hasta las muñecas, rosas y peludos, con una forma similar a los de Odd; y unas botas con tacón y hasta el tobillo como patas de conejo dibujadas por un niño. Dos grandes orejas blancas, alargadas y peludas asomaban entre su pelo negro recogido en una elaborada trenza adornada con flores azules y rojas.

William pensó que parecía la versión para todos los públicos de la conejita de Playboy pero no lo dijo.

—¿Estás bien?

Sissi trató de contestar pero de su garganta sólo salió un quejido lastimero, así que asintió.

—Menos mal —musitó—. ¿Jérémie?

El chico no contestó, estaría ocupado con el ataque de X.A.N.A. seguramente. La ayudó a sentarse sobre el símbolo luminoso.

—Escúchame, Sissi. —Se esforzó por infligir a sus palabras un tono suave y tranquilizador—. Tendremos que esperar un rato hasta que Jérémie pueda sacarnos. Odd está en Lyoko esperándote porque no sabemos como hacer que pueda llegar aquí. ¿Lo entiendes?

—No soy tonta —masculló.

—Lo sé, sólo quería estar seguro que comprendías la situación.

—Está luchando —afirmó la muchacha.

—Sí.

El motivo por el que Jérémie no contestaba era muy simple. La aparente clama del sector del bosque se había esfumado en medio de una lluvia de láseres y chorros de veneno.

—¿Es qué no se acaban nunca? —gimió Aelita tapándose la cabeza con las manos.

Avispones, cucarachas y bloques actuando en perfecta sincronía. Cada vez que eliminaban a uno otro ocupaba su lugar.

—X.A.N.A. no quiere dejarnos pasar —gruñó Odd.

Tener la torre tan cerca y no poder llegar a ella era frustrante. Odd disparó varias de sus flechas y abatió a tres de los bloques que fueron sustituidos al instante por otros tres. De su garganta brotó un grito de exasperación, se puso de pie y corrió hacia los monstruos disparando a diestro y siniestro, varios láseres impactaron en él y le hicieron rodar por el suelo.

—Odd sólo te quedan diez puntos —informó Jérémie con voz nerviosa—. Deja de hacer el tonto.

Aelita se arrodilló y juntos los dedos de sus manos, cerró los ojos, se concentró y entonó la melodía que activaba su poder de sintetización, el cuerpo de Odd quedó cubierto por rocas protegiéndole de los disparos.

—¿Puedes usar la marabunta? —preguntó Aelita.

—Lamentablemente no, Xanadu me quita la mayor parte de la memoria del superordenador.

—Estamos en un punto muerto —se lamentó la muchacha.

En Kadic Yumi había recorrido los pasillos desiertos de la residencia en busca de posibles armas. Encontró tijeras, rizadores de pelo, zapatos de tacón… nada útil. No era como cuando ellos estudiaban allí, siempre que necesitaba un arma sólo tenía que correr a la habitación de Ulrich, usar su copia de la llave y coger una de las que tenía colgadas en la pared o dentro del armario. Pensó en que tal vez tendría tiempo de acercarse al cobertizo del jardinero pero, en cambio, continuó su trayecto hacia la antigua habitación de Jérémie.

Abrió la última puerta que la separaba de su destino. Ulrich ya estaba delante de la puerta con el palo de una escoba en la mano.

—No he encontrado nada útil —musitó ella.

—Toma. —Él le entregó lo que en otro momento había sido el palo de una fregona—. ¿Alguna idea de por dónde anda el bicho?

—Me ha parecido escuchar ruido en el vestíbulo.

—Pues vamos.

Ulrich caminó delante de ella con cautela blandiendo su palo de escoba como si fuese su katana de Lyoko. Se asomó por la barandilla de la escalera y no vio nada, pero sabía que el no verlo no significaba que no estuviera allí, X.A.N.A. tenía muchos trucos. Los escalones parecían no acabar nunca, la madera que los recubría crujía ligeramente bajo el peso de sus cuerpos.

Saltó por encima de la barandilla del último tramo, impaciente. Las baldosas grises del suelo estaban arañadas observó todo el vestíbulo mientras Yumi acababa de bajar los últimos escalones. La puerta de la sala de la caldera estaba cerrada tal y como ellos la habían dejado, el pasillo que llevaba a los cuartos de baño de los profesores estaba a oscuras, la luz parecía haberse fundido y él no lograba recordar si cuando habían pasado ya no funcionaban.

Aguzó la vista tratando de ver a través de la oscuridad pero la claridad del sol que se colaba por la puerta abierta le impedía ver nada.

Yumi al otro lado del vestíbulo vigilaba la puerta que daba al exterior, pero no había ni rastro del endiablado monstruo. Ulrich se giró a mirarla y se encogió de hombros, tal vez se había marchado o ya habían desactivado la torre.

Las mejillas de Yumi empalidecieron y él supo que algo no iba bien. Volvió la cabeza y allí estaba cargando su láser, se apartó sin pensar rodando por el suelo. Yumi ahogó un grito de dolor, le había dado en el tobillo, se dejó caer al suelo con una mueca dolorosa.

Ulrich, molesto consigo mismo por reaccionar sin pensar, rodó por el suelo hasta quedar bajo las patas del cangrejo y le clavó el palo de su escoba en el vientre, el monstruo se tambaleó y lentamente se fue inclinando hacia adelante y no volvió a moverse. Estaba "muerto" pese a no haber estallado como en Lyoko.

—¿Estás bien? —le preguntó yendo hacia ella.

—No es nada, sólo un arañazo.

El muchacho se dio cuenta de que había cometido dos errores. El primero bajar la guardia con el cangrejo en paradero desconocido y el segundo dar por hecho que sólo había uno.

Sujetó a Yumi por la muñeca y la arrastró por el suelo apartándola del monstruo, no había sido demasiado elegante, pero al menos la había puesto a salvo.

Ulrich tomó el arma de Yumi y se encaró con el cangrejo. Y se dio cuenta de que acababa de cometer el tercer error del día. Estaba demasiado cabreado con su propia reacción como para evitar los riesgos innecesarios, no estaba en Lyoko, no se arriesgaba a quedar desvirtualizado, se arriesgaba a no contarlo.

La criatura de X.A.N.A. cargó su láser, consciente de que si se apartaba le daría a Yumi, estiró los brazos y permaneció inmóvil hasta que el disparo impactó sobre su piel desgarrándole la ropa. Cayó al suelo y se retorció de dolor.

Se recogió el pelo rojo con una goma. Era una mujer de recursos, aparte de una de las primeras hacker de la historia. Había robado secretos de los servicios de inteligencia de casi todos los países del mundo. Así que algo tan simple como detener un ataque de X.A.N.A. era pan comido.

Agitó los dedos en el aire y se puso a teclear. Esquivar los protocolos de seguridad del superordenador sin ser detectada por Jérémie Belpois no iba a ser fácil, pero aunque la pillara, jamás podría rastrear una señal que cambiaba de servidor a cada instante.

Por el rabillo del ojo observó como el cangrejo disparaba a Ulrich y como éste se retorcía de dolor en el suelo. Tenía que pararlo. Y tenía que hacerlo ya.

Era una imprudencia por su parte el entrometerse, pero la situación estaba atascada en un fuego cruzado que no llevaba a ninguna parte y había un muchacho a punto de pasar a mejor vida. Y, eso era algo, que no podía permitir.

Obtener acceso directo a Lyoko fue sencillo, lidiar con las torres sería más complejo, cabía la posibilidad de que X.A.N.A. le bloquease así que decidió que lo más sensato sería echarles un cable a los muchachos de Lyoko.

Desplegó un programa antiguo descartado en su momento porque no creyeron posible que algún día tuvieran que enfrentarse a la furia de X.A.N.A. Ahora le iba a ser muy útil. Lo activó evitando así que su ejército se regenerase, claro que el efecto apenas duraría unos minutos.

Continuó con su labor de conseguir acceso directo a la torre activada, una dura batalla. Tantos cortafuegos y códigos encriptados y tan poco tiempo. En sus labios se dibujó una sonrisa, los retos siempre eran un estímulo agradable.

Los chicos habían logrado abrir una brecha en las líneas de X.A.N.A., Aelita corrió hacia la torre. La sonrisa de la mujer de pelo rojo se amplió.

Aelita estaba entrando, pero le dio igual. Tenía acceso a la torre. Tecleó el código que había instalado ella misma hacía tantos años:

ANÍBAL.

Aelita puso la mano sobre el terminal flotante de la torre haciendo parpadear su nombre. Un chisporroteo azul saltó de la pantalla y ella apartó la mano y la sacudió, le había dado calambre como si acabase de meter los dedos en el enchufe. Vio unas letras parpadear antes de que los ceros y unos de las paredes interiores de la torre bajaran a toda velocidad del mismo modo que ocurría cuando desactivaba las torres, pero ella no había hecho nada.

—Torre desactivada —pronunció una voz femenina.

Aelita miró alrededor pero allí no había nadie. Claro que era imposible que hubiese alguien más. Cuando una torre estaba activada sólo podía entrar ella, tal vez William también, no estaba segura; aún en el caso de que él pudiese acceder aquella no era su voz, de eso estaba tan segura como de que necesitaba el oxígeno para seguir respirando.

—Buen trabajo, Aelita —dijo Jérémie desde la fábrica.

—No he sido yo.

—¿Cómo?

—Digo que yo no he desactivado la torre.

Yumi sentía la respiración violenta de Ulrich chocando contra su mejilla y sus manos aferrándola con fuerza en un abrazo histérico. A ella le dolían los dedos de las manos, se dio cuenta de que se los estaba clavando en los riñones, igual de tensa y crispada que él. Tras el disparo del cangrejo Ulrich se había lanzado hacia ella para protegerla de las patas afiladas del monstruo porque no había conseguido ponerse de pie. La herida del tobillo no era un simple rasguño. Yumi abrió un ojo y después el otro y soltó el aire aliviada. La pata del cangrejo se había detenido a escasos centímetros de ellos.

—Supongo que harán una vuelta al pasado. —La voz de Ulrich estaba cargada de adrenalina—. Por qué no sé cómo vamos a ocultar a semejantes bichos de los ojos del colegio.

—Estás herido —musitó Yumi.

No había visto la herida, sólo sabía que un láser le había dado en el estómago y ahora notaba la humedad que le calaba la camiseta. Aún sin verlo sabía que Ulrich estaba sangrando.

—Estoy bien.

La soltó poco a poco. Se tumbó boca arriba con una mueca de dolor, como si acabase de darse cuenta de lo que le había ocurrido. Yumi reprimió un grito, no tenía muy buena pinta. «Presiona la herida con algo» le dijo una voz en su interior. Se quitó la camiseta negra y la colocó sobre la herida a modo de gasa para ejercer presión y, con suerte, detener la hemorragia.

Ulrich apartó la mirada y cerró los ojos, pero no porque le doliera tanto que no pudiese soportarlo. Cuando la vio sujetarse la camiseta para quitársela supuso que llevaría una de tirantes o manga corta debajo, pero supuso mal. Había visto la cicatriz pálida que sonreía y la tela marrón chocolate del sostén y prefirió no seguir mirando. Eso era territorio vedado.

—¿Te duele? —Estaba preocupada, se lo notaba en la voz.

—Estoy bien —repitió.

—¿Entonces por qué no me miras?

«Porque no es una buena idea.»

—Estoy bien, en serio —contestó.

Yumi se sacó el móvil del bolsillo trasero de su vaquero y llamó a Jérémie para pedirle que hiciera una vuelta al pasado, que Ulrich estaba herido y que los cangrejos petrificados en mitad del vestíbulo de la residencia no pasarían por una escultura modernista por más que ella se empeñara en hacérselo creer a todo Kadic. Jérémie le explicó la situación tan resumidamente como pudo y le contó el por qué no podía hacerlo aún. Si saltaban al pasado no sabía que pasaría con Sissi, quizá ya no podrían recuperarla. Ella lo comprendió pero eso no cambiaba la situación.

Miró con agonía a su amigo que permanecía con los ojos cerrados y se tumbó a su lado sin dejar de presionar sobre la herida. Ulrich movió el brazo y le acarició la mejilla con la punta de los dedos.

—Estoy bien, aguantaré.

—Más te vale —musitó cerrando los ojos—. Si te mueres y me dejas sola haré que te entierren en el vertedero municipal.

Ulrich soltó una risita, la creía capaz de profanar su tumba y arrastrarle hasta el vertedero para cumplir su amenaza.

Desde aquella habitación llena de pantallas podía ver todo lo que grababan las cámaras de seguridad del mundo entero. La vieja fábrica, la casa desierta del Pirineo francés, L'Hermitage, Kadic. Aquellos lugares estaban siempre visibles en las pantallas, eran los únicos sitios que merecían una atención constante. Por X.A.N.A. y por ella. Por aquella mujer que había arruinado el trabajo de tantos años.

La imagen que recibía del vestíbulo de la residencia de Kadic no le gustaba lo más mínimo. La chica japonesa y el chico alemán permanecían tumbados en el frío suelo de terrazo, ella estaba bien, él no. Necesitaban un salto al pasado. Si llevaran al muchacho al hospital no podrían justificar la quemadura del láser de un cangrejo, y si contasen la verdad nadie les creería. Llamarían a la policía y ésta descubriría la fábrica y el superordenador, la CIA no tardaría en deducir que "la mujer muerta" estaba vivita y coleando, oculta a la vista de todos con sus ojos verdes y pelo rojo delatores.

La mujer encendió un ordenador antiguo, tanto que parecía imposible que todavía funcionase. Pero aquello sólo era la vieja carcasa de un IBM, dentro se escondía el primer superordenador. El prototipo de Carthago. Los programas originales del superordenador. Exhaló un suspiro.

«¿No te has entrometido ya lo suficiente?» pensó enterrando la cara entre las manos. «Sí» se contestó a sí misma. Se estaba convirtiendo en la reina de las imprudencias. La mujer de pelo rojo suspiró. No sabrían separar el ADN de la chica del código de X.A.N.A., porque pensaban en X.A.N.A. como en un simple virus informático. No sabían qué era X.A.N.A. en realidad. Con el chico americano se las habían apañado bastante bien, pero seguía unido a X.A.N.A., las ondas rojas en las torres lo dejaban muy claro, pero por el momento no era algo de lo que preocuparse y si se daban cuenta podrían usarlo en su beneficio.

Determinó que no le quedaba más remedio que hacer aquello.

Abrió el correo electrónico del sistema interno del superordenador y tecleó.

REMITENTE: Μνημοσύνη
DESTINATARIO: Aelita Schaeffer
ASUNTO: Elisabeth Delmas.

En el amplio espacio para el texto del mensaje escribió un simple "descárgalo" y después adjuntó un archivo, el que había servido de plantilla para recuperar los datos iniciales del sujeto virtualizado. Un programa precario y desfasado, pero que por el sistema que empleaba era más eficaz, para ese tipo de problemas, que el que se instaló definitivamente en los escáneres. Presionó la tecla de envío y contuvo la respiración hasta que en la pantalla apareció el mensaje: "Entregado"; y al poco rato: "Leído".

En la fábrica Jérémie miraba fijamente la única palabra de aquel mensaje. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y las cejas fruncidas dibujando dos profundas arrugas entre ellas. Se dio unos golpecitos sobre los labios y se echó hacia delante.

«Descárgalo»

Y lo hizo. Descargó el archivo adjunto casi sin quererlo. Porque iba dirigido a Aelita Schaeffer. Porque era un correo interno. Porque el asunto era Elisabeth Delmas. Porque X.A.N.A. habría empleado un estratagema como "Soy Franz Hopper..." para que lo hiciera. Porque, por algún motivo confiaba en el sujeto apodado Μνημοσύνη. Porque tenía la esperanza de que fuese un mensaje de Franz Hopper. Muchos porques. Y ninguno razonable.

Empezó a instalarlo.

Un Odd cabizbajo y alicaído entró junto con Aelita. Jérémie se levantó le puso una mano firme y afectuosa sobre el hombro. Había visto a Odd triste alguna vez pero jamás tan... derrotado.

—Puedes hablar con ella, si quieres —le dijo.

—Sí, gracias —musitó sin una pizca de ánimo.

Odd caminó hasta la butaca del superordenador y se puso el auricular en la oreja. Se forzó a sonreír e insufló un falso tono de tranquilidad y jovialidad a su voz.

—Aelita, tengo que hablar contigo —susurró Jérémie apenas en un hilo de voz.

—¿Puedes recuperarla verdad? —inquirió asustada.

—Sí, creo que sí, pero no es eso.

—¿Qué pasa? ¿Ulrich y Yumi están bien?

Jérémie suspiró, que Aelita entrase en pánico no iba a ayudarle precisamente.

—Sólo escúchame. —La muchacha le agarró con fuerza la camiseta y abrió los ojos desmesuradamente. Jérémie sintió ganas de reír, el abrir los ojos no la hacía parecer más tranquila. Le acarició la mejilla con el dedo pulgar—. He recibido un mensaje a través del sistema de correo interno del superordenador.

—X.A.N.A. —dijo Aelita de manera mecánica. Había usado aquel sistema una vez para hacerle creer que era su padre.

—No lo creo. —Ella se mordió el labio inferior y él lo liberó de la presión que ejercían sus dientes con el dedo—. Tranquila. Es de alguien cuyo nombre no sé leer, creo que es griego.

Un nombre griego, aquello le hizo pensar en su madre.

—Me ha enviado un programa para el escáner.

—¿Para el escáner?

—Sí. Creo que es más preciso que el que tenemos.

—¿Más preciso? —Frunció el ceño al instante, parecía el eco repitiendo a modo de pregunta lo que Jérémie le decía.

—No lo sabré seguro hasta que lo instale, pero sospecho que así es.

El superordenador emitió tres pitidos cortos, Odd miró a Jérémie confundido. Se situó al lado del chico y giró ligeramente el teclado para escribir.

—Puedes seguir hablando —le susurró a Odd.

El programa estaba listo, pulsó varios de los métodos abreviados que había memorizado años atrás para instalar el programa. Una de las peculiaridades del superordenador era que no había ratón y que no detectaba ninguno por más que él se empeñara, así que tuvo que aprenderse las combinaciones de teclas que había en el "manual" del superordenador escrito por Franz Hopper.

Una barra azul apareció en una esquina de la pantalla, se estaba instalando y lo hacía a toda velocidad.

—Tendrás que dejarme la silla.

Odd se levantó de un salto sin dejar de hablar con Sissi y Jérémie volvió a ocupar su lugar. «Instalación completa». Esperó no tener que arrepentirse de haber instalado aquello y que su intuición sobre el mensaje no fuese errónea.

—Dile a William que salga de la torre voy a hacer un escáner de ella.

Odd retransmitió la petición del muchacho y tranquilizó a Sissi asegurándole que no iba a dolerle, que era como un cosquilleo agradable.

—Odd —susurró Sissi.

—Dime —contestó alzando la mano indicando a Jérémie que esperase.

—Te mentí.

—¿De qué hablas? Eso ahora no importa...

—Cuando me dijiste que si salía contigo me ayudarías con Ulrich.

—¿Me hablas de Kadic? —farfulló confundido—. Da igual, cuéntamelo luego.

—No —determinó tajante—. No quería que me ayudaras con él, sólo era una excusa para seguir viéndome contigo.

El muchacho se frotó la barbilla con dos dedos mientras hacía memoria, la recordaba demasiado contenta cuando supo que Yumi se iba para no haber estado interesada en la ayuda con Ulrich.

—Sólo quería que lo supieras.

»Ya estoy lista.

Se puso de pie en el centro de la plataforma y cerró los ojos a la espera. Escuchó la voz de Jérémie.

—No te pongas nerviosa —le pidió Odd.

—No lo estoy.

Notó como sus pies dejaban de tocar el suelo, había estirado los brazos de manera involuntaria y el cuerpo entero le hormigueaba como si la recorriese una suave corriente eléctrica. Era agradable, Odd tenía razón. Sentía su piel caliente pero no tenía calor. Sus pies volvieron a tocar el suelo y Sissi abrió los ojos.

—¿Estás preparada para volver? —le preguntó Jérémie.

—¿Y... Odd?

—En la sala de los escáneres, esperándote —contestó.

—Estoy preparada.

Jérémie agitó los dedos sobre el teclado antes de activar el programa de materialización, se había quedado sólo frente al superordenador.

—Materializar William. Materializar Sissi.

Pulsó el enter y corrió al ascensor. Esperaba que hubiese funcionado. La puerta se abrió y él saltó afuera con los ojos desorbitados. Las puertas de la cabina del escáner estaban cerradas y emitía su peculiar zumbido. Aelita se mordisqueaba una uña inquieta arrodillada junto a William que, sentado en el suelo, estaba pálido como la cera aún bajo los efectos del complicado viaje de regreso desde Xanadu, y Odd que repiqueteaba con el pie en el suelo y mantenía los brazos cruzados con tanta fuerza que se le marcaban los delgaduchos músculos a través de la camiseta púrpura.

Las puertas se descorrieron inundando la sala de silencio. Salía una barbaridad de humo del interior de la cabina, nunca habían visto tanto, allí dentro no parecía haber nada. Jérémie creyó oír como Odd se crispaba y sintió pánico durante un instante, hasta que el humo empezó a disiparse y una figura ovillada empezó a intuirse en el suelo del escáner.

Odd se abalanzó sobre el aparato y la sacó del interior con tanta delicadeza que parecía imposible.

—Sissi... —susurró pero no hubo respuesta.

La mujer de pelo rojo esperó a que la cámara de la sala de los escáneres mostrara la imagen de la muchacha para activar una vuelta al pasado. El superordenador guardaba muchos más secretos de los que habían descubierto y los programas eran mucho más eficientes de lo que ellos creían, se habían limitado a rascar la capa de pintura que ocultaba la realidad del proyecto Carthago.

—Salto al pasado —musitó con una sonrisa satisfecha la mujer pelirroja antes de ser engullida por la luz blanca proveniente de la fábrica parisina.

Continuará

Aclaraciones:

Μνημοσύνη: Mnemósine o Mnemosina, en la mitología griega es la personificación de la memoria. Es una de las titánides (hija de Gea y Urano) y es madre de las musas con Zeus. No confundirla con Mneme.

Escrito el 01 de mayo de 2011

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