domingo, 24 de abril de 2011

25M XVI.- Salado



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

XVI.- Salado

Un viaje a una playa. Ese era el plan infalible de Odd.

El plan era muy simple. Odd iba a invitar a los chicos, Ulrich, Jérémie y William, y ellos tendrían que invitar a la chica de la que estuviesen enamorados. Contaba con que Jérémie invitaría a Aelita, estaba convencido de que Ulrich haría lo propio con Yumi y que William lo haría con la chica misteriosa que al parecer le gustaba. Él, por su parte, ya había decidido que su nueva víctima sería Sissi Delmas, no perdía nada por intentarlo y, en cambio, podía ganar un viaje al paraíso o a los confines del mismísimo infierno junto con una dolorosa bofetada.

La idea la había sacado de una de esas películas empalagosas que había ido a ver con su ligue de hacía un mes. Era una idea cursi, ñoña y tonta, pero si servía para espabilar a los tortolitos lentos... en fin. Esperaba que así fuera.

Abordó a William en el gimnasio, donde sabía que estaría gracias al chivatazo de Hiroki. Al parecer le había dado por practicar karate por su cuenta para evitar pelearse con Ulrich, no era ningún secreto que si les daban la oportunidad llegarían a hacerse el máximo daño posible.

Se detuvo con el pie del muchacho a pocos centímetros de su nariz. No había sido muy inteligente por su parte meterse en medio de un "megacombo" de patadas y puñetazos al aire. Una suerte que William tuviese buenos reflejos.

—¿Qué te trae por el rincón de los desplazados? —Sonrió bajando la pierna como si nada hubiese ocurrido.

—Mira, tú sabes tan bien como yo que esta situación no puede durar mucho más —declaró moviendo las manos—. A Yumi y a mí ya se nos ha pasado el cabreo contigo. —Dibujó unas comillas en el aire al pronunciar "cabreo". Porque, por supuesto, no estaban enfadados, sólo era un poco de paranoia e incomodidad—. Aelita está deseando que te juntes con nosotros, a Jérémie le duele el orgullo pero por lo demás no tiene ningún problema contigo, y Ulrich... bueno, es Ulrich —finalizó encogiéndose de hombros.

—¿Y eso significa qué...?

—He sobornado a mi hermana para que nos preste la casa de la playa para toda la primera semana de vacaciones. —Hinchó el pecho orgulloso. No había sido tarea fácil—. Quiero que vengas tú también.

»Sólo hay una condición.

—¿Cuál?

—Tienes que invitar a tu chica misteriosa. Dime que no es Yumi...

William soltó una sonora carcajada y le palmeó el hombro haciendo que Odd se tambalease.

—No es Yumi —declaró quedándose tan ancho.

Odd respiró aliviado, mira que si Hiroki le hubiese engañado y acabase de propiciar el inicio de la Tercera Guerra Mundial en casa de su hermana...

—¿Puedo saber quién es?

—Emilie Leduc.

Los ojos lavanda de Odd se abrieron de par en par, Emilie no era el tipo de chica en la que alguien como William se fijaría, al menos eso le parecía a él. Teniendo en cuenta lo colado que estuvo por Yumi… Si hubiese tenido que apostar por una chica lo habría hecho por Priscilla Blaisse, una de las mejores amigas tanto de William como de Yumi.

—¿Qué? —inquirió cruzándose de brazos.

—Me ha… sorprendido.

—¿Por qué? Es una chica fascinante.

Lo único que logró hacer Odd fue asentir y salir dándole vueltas a la imagen de Emilie.

Se detuvo frente a las máquinas expendedoras de bebidas y se sacó un chocolate caliente, la impresión le había dado hambre y tendría que conformarse con eso hasta que abriesen la cafetería para almorzar.

Su segundo invitado sería Jérémie, porque seguramente sería al que más tiempo le llevaría encajar que tenía que invitar personalmente a Aelita. Destino: la habitación individual de Einstein.

Se puso en marcha saboreando su chocolate caliente con una mueca satisfecha.

Subió las escaleras con cautela, lo último que quería era poner sobre aviso a Jim y que le largase de una patada en el trasero hasta el vestíbulo. Como si de una película de espías se tratase se deslizó por las paredes verdosas, rodando por el suelo cuando se acercaba a las intersecciones de los pasillos. Sigiloso y silencioso como un ninja.

Dio tres golpecitos sobre la madera de la puerta de su amigo y aguardó. Apenas unos segundos después, Jérémie asomó la cabeza, con mirada distante y varias teclas marcadas en la frente. Nuevamente se había dormido sobre el teclado, alguien debería aconsejarle que usase la cama y la almohada en vez del escrito y el teclado.

Jérémie se hizo a un lado dejando entrar a Odd que estrujó el vaso de plástico del chocolate y lo lanzó a la papelera con una puntería envidiable.

—Déjame adivinar —canturreó Odd—. Te has vuelto a dormir mientras trabajabas en el ordenador.

—¿Cómo lo sabes? —Abrió los ojos sorprendido, había dado en el clavo.

—Las teclas marcadas en tu frente te delatan.

Jérémie frunció el ceño y torció los labios en una mueca de fastidio al tiempo que se masajeaba la frente tratando de hacer desaparecer las marcas.

—Vengo con una oferta que no podrás rechazar.

—No sé por qué pero no me convence.

—No seas así. —Odd alzó los brazos al techo en un gesto de exasperación—. He estado pensando en qué podríamos hacer ahora que llegan las vacaciones. Tal vez sea sólo cosa mía pero, desde que X.A.N.A. no está, tengo la sensación de que entre nosotros falta un poco de unión. Así que he estado ideando el plan perfecto...

Odd asintió con los brazos cruzados sobre el pecho y con las cejas enarcadas.

—Mi plan perfecto consiste en un viajecito a la playa.

—¿La playa?

—Sí, la playa, Jérémie.

—¿Dónde está la trampa? —inquirió el joven genio con suspicacia.

—No hay trampa —replicó Odd—. Sólo una pequeña condición.

Jérémie suspiró y agachó la cabeza, las gafas de pasta negra resbalaron nariz abajo hasta quedar en equilibrio sobre la punta amenazando con caer. El muchacho se las subió con un gesto mecánico y demasiado habitual.

—Eso me temía —añadió—. ¿Cuál?

—Es muy fácil. Lo único que tienes que hacer es invitar a Aelita.

—¿Por qué no lo haces tú?

—Porque digamos que es algo así como un viaje de parejas —declaró orgulloso.

—¿¡Qué!

Odd sonrió satisfecho, había predicho aquella reacción. Se sentó sobre la cama sin deshacer de su buen amigo y cruzó las piernas.

—Míralo de esta manera: es la oportunidad de presionar un poco a Ulrich y desbloquear la situación. —Eligió aquella palabra en clara alusión a sus viejas aventuras en Lyoko.

—¿Desbloquear?

—A veces es más tonto que dos bloques.

Jérémie rió. Los bloques eran de los monstruos preferidos de Odd, le encantaba desbloquear la situación.

—Si William invita a su chica, tú a Aelita y yo a una preciosidad... —Prefirió no pronunciar el nombre de Sissi, no hubiera sido una buena idea, ni siquiera tenía la seguridad de que ella aceptase—. Lo lógico es que Ulrich invite a su Yumi.

—Frena —ordenó—. ¿Has dicho William?

—Sí.

—No es una buena idea, Odd.

—¡Venga ya! ¿Hasta cuándo vamos a fingir que es el único culpable de lo que pasó?

Jérémie suspiró. Menudo golpe bajo. Ya había asumido que tenía una parte de la culpa, no necesitaba que nadie se lo dijera. Irguió los hombros.

—No es eso —musitó—. Te recuerdo que Ulrich y él no sé llevan precisamente bien.

—Ya se le pasará. —Odd se levantó de un salto—. No te olvides de pedírselo a Aelita, y a ver si de paso os desbloqueáis vosotros también.

El muchacho farfulló completamente rojo, pero Odd no le prestó atención. Cerró la puerta, hinchó el pecho orgulloso y volvió a escabullirse, ésta vez, escaleras abajo.

Sólo le quedaba uno, seguramente el que más guerra iba a darle pero el que más ganas tendría de ir.

Atisbó el campo de césped donde entrenaba el equipo de fútbol al completo con su equipación azul. Ulrich chutaba a la portería con aquellas ganas que te hacían desear no cruzarte en la trayectoria del balón, por desagracia, Matthieu Ducrocq no podía evitarlo. Era el portero.

Yumi, sentada en la grada, leía un libro o, más bien, hacía como que leía un libro. No era ningún secreto que iba sólo para ver entrenar a Ulrich. Se sentó con ella y esperó a que el entrenamiento acabase para seguir a su amigo hasta el vestuario.

—Ulrich —canturreó animado—. Tengo una oferta imposible de rechazar.

—Miedo me dan tus ofertas. —Suspiró.

Odd frunció el entrecejo, por qué todos desconfiaban de sus ofertas e ideas insuperables. Nunca lo entendería.

—Nos piramos a la playa toda una semana, sin adultos.

—¿Pretendes que me lo crea?

—Va en serio, iremos a casa de mi hermana Pauline. Ella se marcha toda la semana a Eden, así que la casa estará vacía.

—¿Dónde está la cámara? —inquirió poniendo la mano a modo de visera y observando todos los rincones del vestuario.

—Invita a tu chica.

Vio, con gran satisfacción, como todos los músculos de Ulrich se tensaban y sus mejillas se volvían tan rojas que no debía quedarle una gota de sangre en el resto del cuerpo.

—¿Qué chica?

—No te hagas el longui conmigo, Ulrich —espetó exasperado—. Yumi, ¿quién si no?

—Yumi y yo sólo...

—Sois amigos —finalizó la maldita frase de siempre—. O dos idiotas que juegan a ser amigos mientras suspiran por el otro.

Ulrich le taladró con la mirada completamente avergonzado. Sabía que era un idiota que suspiraba por su mejor amiga sin atreverse a dar el paso. Lo último que necesitaba era que Odd se lo recordase.

—Sólo amigos —masculló en un pésimo intento de convencerle.

—Si eso te va a hacer sentir mejor. —Odd se encogió de hombros—. Invita a tu "sólo amiga".

—¿Por qué no lo haces tú?

—Yo he conseguido la casa, la comida y he ideado el plan. Las chicas son cosa vuestra.

En cuanto vio que Ulrich fruncía el ceño y se echaba hacia delante supo que era el momento de escurrir el bulto. Sin dudarlo se esfumó.

Si Ulrich se ponía a interrogarle iba a acabar fastidiándole todo el plan. Al menos ahora no le quedaría más remedio que obedecerle e invitar a Yumi.

Por su parte Ulrich se dejó caer en uno de los bancos de madera que había en el vestuario. ¿En serio pretendía Odd que la invitase él? Suspiró. Era una buena oportunidad, de hecho era la mejor que se le presentaba en mucho tiempo.

Sí. Buscaría a Yumi y se lo diría. «Ven conmigo al viaje a la playa» eso era lo que tenía que decir. Sólo siete palabras. Lo haría. Lo conseguiría. Marcaría el mejor gol de su vida.

Olfateó su camiseta. Mejor se duchaba antes, dudaba que a Yumi le gustase que oliese como un equipo completo de fútbol.

Se desnudó, cogió las cosas para el aseo y se dio la ducha más rápida de toda su vida. Si se hubiese cronometrado seguramente habría batido el récord de velocidad de Odd. Se puso la ropa de calle sin haberse secado del todo, suerte que ya estaban a finales de junio y hacía calor. Se frotó el pelo enérgicamente con la toalla y embutió toda la equipación dentro de su taquilla del vestuario, más tarde ya se preocuparía de llevársela para lavarla.

Corrió hacia la puerta pero reculó, volvió a abrir su taquilla, sacó un bote de colonia y se echó. Oler bien era un requisito imprescindible, no bastaba con estar limpio. El pelo aún le goteaba y ni siquiera se había peinado, tampoco era como si su pelo fuese a dejarse domar por un peine. Cinco minutos después de haberse pasado el peine siempre parecería que no se había peinado de todas maneras.

Oteó los alrededores en busca de su buena amiga, la había visto durante el entrenamiento y estaba seguro de que no se habría marchado aún, no sin haberse despedido como siempre hacía. La divisó sentada en un banco con William, aquello le hizo hervir la sangre. Ese maldito William siempre en medio. Se acercó con sigilo y se ocultó tras uno de los arbustos que limitaban con el bosque, lo bastante lejos para no ser visto pero lo suficientemente cerca para oír que decían.

—Nos lo vamos a pasar genial, tomando el sol juntitos, hablando hasta altas horas de la noche, besarnos en la orilla de mar bajo la luz de la luna...

—Deja de soñar despierto, tonto. —Rió Yumi.

—¡En serio! Va a ser el mejor viaje a la playa de nuestras vidas.

«Suficiente» pensó Ulrich «ya he oído bastante». Se alejó pateando las piedras que se metían en su maldito camino. Lo que no sabía es que debería haber seguido escuchando.

—Entonces ¿vas a pedírselo de verdad? —preguntó Yumi.

—Sí, aunque no sé si va a querer, no tenemos tanta confianza.

—Bueno... —siseó—, dile que si se cansa de ti puede venirse con Aelita y conmigo.

William sonrió revolviéndole el pelo con energía.

—Pobre Emilie —continuó la muchacha mientras se peinaba con los dedos—. No sabe la que le ha caído.

—¡Bah! No sabe usted lo que dice, señorita arma.

—¡Quieres dejar de llamarme así baka!

—Cambiando de tema ¿vas a ir con Ulrich?

—No me lo ha pedido —siseó en tono ofendido.

El muchacho la miró sin creérselo ¿a qué esperaba? Ulrich lo tenía infinitamente más fácil que cualquiera de los demás.

—Lo hará —determinó poniéndose en pie.

Yumi esbozó una sonrisa triste.

—Ya... —susurró en tono apenas audible.

Parado en la intersección y con la respiración agitada por la rabia, Ulrich, fulminaba con la mirada el suelo pensando qué podía hacer para arreglar aquella situación. La razón le gritaba que no actuase en caliente y que pensase un poco, pero su carácter le dirigía por otro camino menos razonable.

Yumi pensaba ir con William, pues muy bien. Él iría con la única persona que la había cabreado lo suficiente como para que dejase entrever lo que sentía por él. Si quería guerra, él le daría guerra.

Esperó a Emilie en la puerta de la biblioteca durante un par de horas, su obstinación superaba con creces al cansancio, y la abordó en cuanto la vio salir. Le dedicó su mejor sonrisa de rompecorazones.

—Hola Emilie. —La muchacha le miró llena de curiosidad y le devolvió la sonrisa—. ¿Podemos hablar un momento?

—Sí.

Se despidió de sus amigas con la mano y siguió a Ulrich hasta uno de los bancos del jardín de Kadic.

—Verás... ¿tienes algo que hacer la semana que viene?

—No he hecho planes aún, ¿por qué? —Se subió las gafas.

—Odd nos ha invitado a casa de su hermana mayor. Vamos a ir a la playa.

—¿Me estás invitando a ir? —Abrazó la carpeta decorada con fotos hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

—Justamente.

Emilie se tragó la siguiente pregunta que le vino a la cabeza. A ella Yumi no debería importarle lo más mínimo. Asintió despacio.

—¿Quién va a ir?

—Odd y su novia de una semana, Jérémie, Aelita y... William y Yumi —finalizó con tono lúgubre.

El instinto de la muchacha saltó como una alarma antiincendios. De repente la idea le parecía pésima. Estaba aceptando ser el segundo plato del banquete, aquel con el que te tienes que conformar porque lo que tú querías ya se ha agotado. Desoyó a su instinto, al fin y al cabo iba a ir William y podía ser una buena ocasión para acercarse.

—Vale, iré.

—Genial, cuando sepa el día y la hora te avisaré, Emilie.

Ella sólo asintió antes de marcharse. Ulrich miró su reloj de pulsera. La cafetería ya estaría abierta.

Odd que había estado pensando durante un buen rato en cómo podría convencer a Sissi para que le acompañara se topaba ahora con que la hora de la verdad había llegado. La muchacha caminaba contoneando las caderas mientras abrazaba sus libros por el caminito de arena que conectaba los edificios, Hervé y Nicolas iban cada uno a un lado con expresión seria, como si fueran los guardaespaldas de la Reina del mundo. Odd sonrió de medio lado, cada día que pasaba le molestaba más verlos con ella y no se atrevía a buscar el porqué de la hostilidad que sentía.

—Aparta Della Robbia —gruñó Hervé. Odd sencillamente le ignoró.

—Quiero hablar contigo Sissi.

—Oh, vaya —masculló sarcástica la muchacha.

Alzó la mano y la movió con desgana, sus perros guardianes miraron a Odd y se esfumaron dejándolos a solas.

—¿Qué?

—Vengo a ofrecerte algo que seguro te interesará.

—No sé yo… —farfulló analizándose las uñas con interés.

—Mis amigos y yo vamos a ir a la playa unos días, he pensado que te gustaría venir.

Sissi se olvidó de sus uñas y le miró con los ojos abiertos de par en par con los labios entreabiertos. Odd pensó que la cosa iba por buen camino.

—La casa es de mi hermana mayor y nos la deja, así que lo único que hay que pagar es la comida.

—¿Ir con Ulrich? —inquirió con tono soñador y dulzón.

—No, ir conmigo —replicó él con una mueca de fastidio.

Ella pareció despertarse del mejor sueño de su vida, se apoyó los libros en la cadera y se apartó el pelo del hombro bruscamente.

—Paso —soltó volviendo a caminar.

—Pero Ulrich también irá…

—Pero a mí me toca ir contigo.

—Ya entiendo —espetó el chico—. Lo que pasa es que te da miedo descubrir que lo de Ulrich en realidad sólo es cabezonería y después no sabrías que hacer.

Sissi le miró como si fuese la primera vez en la vida que le veía, regresó sobre sus pasos, dejó los libros en el suelo y le pegó con todas sus fuerzas. Odd se frotó la mejilla en la que la marca de la mano abierta de la chica palpitaba dolorosamente.

—Idiota.

—Pues ven y demuéstrame que me equivoco.

—De acuerdo —soltó desafiante—. Pero ten en cuenta que voy sólo por Ulrich.

—Muy bien —replicó él, recogió los libros del suelo y se los devolvió—, señorita Delmas.

—Y ten en cuenta que no he caído en tu burda trampa de la psicología devuelta.

«Inversa» resonó en la mente de Odd pero se mordió la lengua.

—No lo había creído ni por un minuto —dijo con tono cantarín y encantador el muchacho.

Sissi se alejó caminando con su gracia habitual y él alzó los brazos al cielo orgulloso de su victoria. Le dolía la mejilla, pero eso no importaba, había ganado un pase al paraíso. Y, además, era hora de ir a almorzar a la cafetería. De repente el día pintaba maravillosamente bien.

Fue tan rápido como le permitieron sus piernas y subió los tres escalones de madera y cemento dando saltitos. Localizó a sus compañeros en su mesa habitual y se lanzó sobre su silla con una sonrisa de oreja a oreja como si del gato de Cheshire se tratase.

—¿Lo habéis hecho ya? —inquirió Odd mirando a los chicos. Jérémie asintió.

—Se lo he pedido a Aelita —declaró con las mejillas rojas.

—¿De verdad te deja tu hermana su casa? —preguntó Aelita.

—Claro que sí.

Miró de reojo a Ulrich que lanzó un bufido, supuso que no habría encontrado el momento o el valor todavía.

—He invitado a Sissi —confesó Odd sin un ápice de arrepentimiento.

—¿Y te ha dicho que sí? —inquirió Aelita inclinándose sobre la mesa.

Odd se señaló la mejilla en la que aún se apreciaba la marca de la mano de Sissi.

—Ha sido una dura negociación...

—Pues yo voy a ir con Emilie —soltó Ulrich con toda la intención de darle un golpe bajo a Yumi.

Todos miraron a Ulrich y después Yumi. Se la veía tranquila, relajada, como si acabasen de atiborrarla a Valium pero desprendía un aura asesina. Yumi sonrió, un gesto que resultó amenazante, oyeron a Ulrich tragar saliva.

—Que te lo pases muy bien —pronunció en tono corrosivo como el ácido sulfúrico.

Hacer cabrear a Yumi nunca era una buena idea. Lo sabía. Creía estar preparado para las consecuencias, pero ahora sólo quería salir corriendo y esconderse dentro de uno de los cajones de su cama-nido o del armario, o que se abriese la tierra y lo engullese. Entonces recordó a William y lo de "besarse en la orilla del mar". Su ceño se arrugó y alzó la barbilla en un gesto desafiante y altivo.

—Puedo asegurarte que lo haré —replicó con retintín.

—Estupendo. Me voy. Tengo que entregarle un trabajo de historia al señor Fumet.

—Yu... Yumi... —Aelita se levantó y quiso detenerla. Había que aclararlo.

Su amiga la ignoró y salió, Aelita estiró el brazo y cerró la mano como si tratase de atrapar su imagen. Aunque hubiese logrado detenerla no habría sabido como arreglar aquella situación. Suspiró. Abandonó la cafetería, al menos le daría su apoyo incondicional.

Jérémie mantenía las cejas alzadas en una muda pregunta que recibió un bufido como toda respuesta. Optó por seguir a Aelita y asegurarse de que Yumi estaba bien.

Odd tamborileó con los dedos sobre la bandeja de plástico. Respiró hondo varias veces. A su lado Ulrich apoyó los codos sobre la mesa y enterró la cara entre sus manos.

—¿Se puede saber por qué no has invitado a Yumi?

—Porque va a ir con William.

—Tú eres tonto —soltó Odd.

—¡De qué vas!

—¿Y ahora qué?

—Que se las apañe con su querido William.

Odd le miró con el ceño fruncido, su amigo sería un rompecorazones nato, pero en lo referente a entender a las mujeres...

—No puedo creerlo. —Negó con la cabeza, tanta faena para nada—. Con lo que me costó convencer a mi hermana y vas tú e invitas a Emilie...

—¿Prefieres que invite a Sissi?

Odd suspiró con pesadez. Tendría que pedirle a William invitase a Yumi y explicarle por qué demonios Emilie iba a ir con Ulrich y se le habían fastidiado todos los planes.

—Yo también me voy —masculló el rubio—. Tengo que hablar con cierta persona.

Durante el resto de la semana el ambiente fue extraño, la tensión podía palparse en el aire cada vez que Ulrich y Yumi estaban cerca. Fue complicado explicárselo a William y aún más difícil fue convencer a Yumi para que fuera con él, pero al final había cedido a regañadientes.

Aquella mañana se levantaron temprano y se encontraron a las seis y media de la mañana en la estación de tren de París para coger el tren que les llevaría a sus vacaciones soñadas en la playa.

La impaciencia teñía la conversación mientras el tren recorría el paisaje a toda velocidad. Odd se esforzaba por aliviar la tensión entre Ulrich y Yumi pero no lo lograba. Ella mantenía la mirada fija en la ventana incluso cuando pasaban por un túnel y él la ignoraba deliberadamente. Tuvo que darse por vencido y optó por hacer caso omiso de su actitud.

Desde la pequeña estación en la que se bajaron podían ver el mar, la brisa olía a sal marina y el sol calentaba cada centímetro de sus pieles. Sissi se estiró complacida con la agradable sensación que le producía estar en aquel lugar y, en cierto modo, por la compañía; había deseado tanto que la aceptaran en el grupo que era como estar en un sueño.

Odd les dirigió a través de las callejuelas hasta una casa de color azul pastel con los marcos de las ventanas blancas y la puerta, blanca también, abierta mostrando una cortina hecha de caracolas hiladas con cuentas de colores. El porche se sostenía sobre cuatro columnas en las que habían dibujado delfines, tiburones, ballenas y otros animales marinos. En la gran mesa de hierro forjado una muchacha de pelo rubio ceniza leía un libro.

—¡Pauline! —exclamó Odd haciendo que la chica alzara la vista.

—Ya era hora.

Odd miró su reloj de pulsera y sonrió ampliamente.

—Hemos llegado antes de lo que te dije.

—Seguidme —pronunció encogiendo un hombro—. Os enseñaré la casa.

Tras la cortina de caracolas se escondía un enorme salón de paredes blancas, sofás negros y muebles de estilo victoriano. En cada silla había un cojín de un color diferente con fundas hechas de lo que, en otro tiempo, había sido una red de pescar de color verde pálido. La cocina con baldosas blancas y azules con los cazos y cacerolas colgados en la pared, los muebles oscuros y tallados y un enorme ventanal con cortinas de gasa que ondeaban con la brisa. Las escaleras de madera que ascendían bordeadas con una barandilla de hierro forjado. Y las tres grandes habitaciones. Una rosa y la otra azul con tres literas y un armario empotrado cada una. El grandioso cuarto de baño con su bañera victoriana y los muebles tallados lacados en blanco que contrastaban con las baldosas color tierra. La habitación de Pauline con las paredes empapeladas y una cama de matrimonio con dosel, espejos, armario y tocador. Parecía una casa de muñecas.

Tras la ronda de visita guiada por la casa regresaron al salón, Pauline les miró uno a uno analizándolos con detenimiento. Alzó ambas manos e inspiró hondo.

—Sólo hay tres normas —espetó la joven pasando un mechón rubio ceniza tras su oreja—. Primera: quien rompa algo me lo va a pagar con intereses; dos: las llamadas internacionales están prohibidas. Y eso va por ti, hermanito. Y tercera: no incordiéis a mis vecinos.

—¿No hay nada de chicos y chicas separados? —preguntó Odd.

Pauline enarcó las cejas con suficiencia.

—Hace diez años era yo quien tenía dieciséis.

—¿Y ahora ya eres una anciana?

—Si no hubiese testigos te asesinaría ahora mismo —masculló con una mirada gélida—. Sin embargo, no tengo tiempo que perder con las insolencias de 'Oddy mofletitos adorables' —soltó orgullosa de haber dado con la respuesta del millón de euros.

Odd se estremeció. Odiaba aquel mote que le habían puesto su malvada abuela Juliette y su pérfida tía Oddetta. Escuchó las risitas torpemente contenidas de sus amigos.

—Si os dijera: las chicas a la habitación rosa y los chicos a la azul. Sé que me haríais el mismo caso que a una mosca. Así que paso, yo también he tenido las hormonas alteradas. —Se encogió de hombros—. Hay condones en el cajón de arriba de mi mesilla de noche así que no tenéis motivos para hacer una estupidez.

La incomodidad planeó sobre las cabezas de los chicos. Era evidente que el descaro a Odd le venía de familia.

—Vale, me marcho. Comportaos.

Ciao Pauline.

Marmocchio.

Cuando la cabellera dorada de Pauline se perdió de vista por la línea costera. Sissi se giró y miró a Odd interrogante.

—¿Habla italiano?

—Mis abuelos eran italianos, emigraron a Australia cuando eran jóvenes —aclaró el muchacho—. Pauline nació en Sicilia y estudio una temporada en un internado de Roma.

—Vaya —susurró Ulrich—. Italia queda lejos de Australia.

—¡Bah! Eso no es nada. —Odd agitó la mano quitándole hierro al asunto—. Elisabeth nació en Siberia en plena ventisca infernal a unos cincuenta grados bajo cero, y es una crack hablando ruso. Marie nació en Francia, ella es la más normal de la familia. Adèle es de Shangai y se le da bastante bien hablar chino, pero lo que es escribirlo... ni idea. Y Louise, mi malvada hermana que nació en Brasil, va llena de piercing y tatuajes y pasa de todo. Da un poco de miedo.

—Tu familia parece sacada de un culebrón —atinó a decir William.

Odd sonrió complacido, su familia era la mar de original y eso le encantaba.

—¿Y tú? —inquirió Emilie, aún alucinada con la variedad de nacionalidades de las hermanas de Odd.

—De Eden, Australia.

Los días de sol, playa, mar, risas y diversión se sucedían uno tras otro. Cuando parecía que la cosa iba bien, Ulrich y Yumi recordaban que estaban enfadados y volvían a ignorarse. Lo que al principio era incómodo al cabo de tres días se había vuelto exasperante. Ulrich se había encerrado en una de las habitaciones a leer o a fingir que leía y Yumi estaba con Aelita en la cocina.

William suspiró harto del tenso ambiente que provocaban esos dos. Tomó a Emilie de la mano y la arrastró hasta el porche. La miró a los ojos con intensidad haciendo que las mejillas de ella se incendiasen.

—Em, tienes que echarme un cable...

—¿Qué quieres que haga? —preguntó frustrada—. No veo que esto tenga solución.

—Tenemos que hacerles hablar como sea. —William rodeó sus hombros y la pegó a su cuerpo—. En cierta manera es nuestra culpa que estén así.

—¿Nuestra? Qué culpa tenemos de que Ulrich sacase conclu... —Emilie suspiró, ya entendía a que se refería—. Tendría que haberle dicho que no.

—Eso ahora no importa... Les haremos hablar.

—¿Cómo?

El muchacho sonrió, ella enterró la cara en su hombro.

—Yo me encargo de llevar a Ulrich hasta la gruta y tú te encargas de Yumi.

—¿Cómo voy a convencer a Yumi para que venga conmigo?

—Tú tranquila, tendrá tantas ganas de matarte que te seguirá hasta donde sea —declaró con seriedad.

Emilie le miró con espanto, entonces William rió.

—¡Me estabas tomando el pelo!

—Tranquila, tiene mal genio pero no es para tanto, es una chica razonable.

—William si hacemos eso… ¿qué pasará contigo?

—Oye, yo no quería invitar a Yumi, iba a invitarte a ti.

—¿Por qué?

—Si esos dos dejan de molestar te lo contaré.

Ella asintió y se separaron.

William subió a buscar a Ulrich que le lanzó una mirada asesina. Tras un intercambio de palabras e insultos logró hacer que le siguiera, notaba la rabia con la que le miraba la nuca como si tratase de hacerle un agujero. Hizo caso omiso a las protestas y continuó hasta adentrarse en aquel espacio rocoso desde el que se veía el mar, un mirador natural.

Emilie en cambio lo tuvo más fácil, al parecer Yumi no estaba enfadada con ella y eso le quitó un enorme peso de encima. No quería problemas.

—¿Adónde me llevas? —preguntó tras un buen rato caminando.

—Verás… —susurró buscando una excusa—. Hay alguien que quiere hablar contigo.

—¿Quién?

—Ah… si tienes un poco de paciencia lo verás tu misma. —Se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz—. No tienes nada de qué preocuparte.

—De acuerdo. —Resopló.

Emilie respiró aliviada cuando Yumi volvió a guardar silencio, no habría sabido cómo seguir dándole largas sin quedar como una borde o una idiota.

Cuando llegaron a la entrada de la gruta Emilie le cedió el paso. Yumi avanzó con el ceño fruncido. Abrió los ojos de par en par al ver a la persona que había allí de pie.

—¿William?

El chico le sonrió, la asió por los hombros y la hizo caminar hacia atrás, sin mediar palabra le dio un ligero empujón haciéndola chocar contra alguien.

—Lo sient... ¡Ulrich!

—¿Yumi?

—Qué ca... —«Cabronazo, William» si hubiese acabado la frase estaba segura de que le habría chocado, no acostumbraba a soltar tacos, al menos no lo hacía desde que vivía en Francia—. Cansancio —finalizó apresuradamente para no levantar sospechas, aunque seguramente el tono inicial le habría delatado.

Ulrich la miró con las cejas alzadas convencido de que la palabra no era precisamente "cansancio" aunque tampoco imaginaba cuál podría ser. Yumi echó un vistazo atrás, aquellos dos conspiradores ya no estaban allí, los muy malditos les habían tendido una emboscada en toda regla. Soltó un bufido y se sentó de mala gana en la fría roca de la gruta.

Él, incómodo, se rascó la nuca y dejó de mirarla para fijar la vista en el mar que rompía un par de metros bajo ellos. No recordaba haberse sentido nunca tan violento con ella cerca, ni cuando se le declaró por culpa de la bromita de Sissi.

—Hace buen día... —balbuceó sintiéndose estúpido.

—Menuda tontería —replicó ella sumamente enfadada.

—No hace falta ser tan antipática.

—Y eso me lo dice mister simpatía.

Se miraron fijamente a los ojos. Si las miradas pudiesen matar habrían logrado un doble K.O.

Yumi se abrazó las rodillas y apoyó la barbilla sobre ellas con cara de pocos amigos, él por su parte se sentó en las rocas también pero lejos de ella. No tenía ganas ni de mirarla, ni de oírla respirar.

El rugido del mar se convirtió en el único sonido de aquel lugar durante largo rato.

—No sé porque estás tan enfadada —farfulló Ulrich jugueteando con las tiras de sus chancletas.

—¿Qué no lo sabes? —inquirió ella tan sorprendida que casi se olvidó de su enfado—. ¿Tengo que explicártelo?

—Déjalo —gruñó encogiéndose de hombros enfurruñado.

—Esconder la cabeza como los avestruces no te servirá de nada.

—¡Oye! —protestó—. No me trates como si fuera un crío.

Yumi le fulminó con la mirada y suspiró.

—Pues deja de comportarte como uno.

—Oh, claro. Estás celosa porque he traído a Emilie.

Ella se puso de pie tan bruscamente que, por un momento, Ulrich creyó que había tensado demasiado la cuerda y que iba a matarle. Yumi apretó los puños hasta que se clavó las uñas en la palmas.

—Me da igual eso. Emilie me preocupa tanto como... como... ¿cómo demonios se dice en francés? —Resopló, uno de sus grandes problemas era que cuando se enfadaba de verdad se le mezclaban los idiomas y se liaba—. Como eso que sirve para sonarse la nariz.

—Pañuelo —dijo amedrentado.

—Eso. Emilie me preocupa tanto como un pañuelo. Estoy enfadada contigo, única y exclusivamente, porque eres tan tonto que te estrangularía.

—¿Por qué?

Temió haberla enfadado más por interrumpirla y desde luego que la mirada envenenada que acababa de dedicarle parecía confirmarlo. Tragó en seco, se le había secado la boca.

—¿Te crees que no lo sé? —preguntó crípticamente—. Sé que nos estuviste escuchando a hurtadillas, Ulrich Stern.

«Mierda...» pensó levantándose por si tenía que huir o algo así.

—Y eso no es lo malo. Lo malo es que ni siquiera sabes de qué demonios hablábamos.

—Besarse bajo la luz de la luna es bastante explicito —arguyó él.

Yumi inspiró hondo y soltó el aire poco a poco en busca de un poco de calma zen, estaba a punto de ponerse a gritar como una histérica.

—No tienes ni idea.

—Será que "besarse" en tu país tiene un significado distinto del que tiene en el mío.

La idea de romperle la nariz de un puñetazo cruzó por su ofuscada mente pero se contuvo.

—No estaba hablando de nosotros dos, el tema no era "William y Yumi", pedazo de imbécil. —Ulrich abrió los ojos alucinado, el primer insulto que le oía decir en los años que hacía que la conocía iba dedicado exclusivamente para él—. William estaba hablando de Emilie, idiota.

—¿De Emilie? —farfulló, vale, ahora sí que no entendía nada.

—Sí, de Emilie. A William le gusta Emilie —explicó igual de alterada—. Quería invitarla y pedirle que saliera con él.

»Si te hubieses molestado en cotillear hasta el final lo habrías sabido.

Sintió el irrefrenable impulso de estrellarse la palma de la mano contra la frente, primero porque le hubiera pillado y segundo por haber malinterpretado la conversación.

Paseó inquieto por el reducido espacio cavernoso. Debería disculparse pero no quería hacerlo. El buen rollo que había entre William y Yumi le sacaba de quicio. Antes de que William apareciera él era el único amigo de verdad de Yumi. Odd y Jérémie era sus colegas, pero a la hora de la verdad acudía a él. Ahora prefería ir a contárselo a William. No quería eso. Quería que siguiese como siempre había sido. Era egoísta pensar así pero le daba igual.

Cuando se desprendieron algunas piedrecitas del margen del barranco supo que se había acercado demasiado al final del suelo, mas ya era tarde para ponerle remedio.

—¡Ah! ¡Cuidado!

El agua la salpicó cuando el cuerpo de Ulrich se hundió irremediablemente. Reaccionó al instante saltando tras él esperando no encontrarse con alguna roca traicionera en su trayectoria. Lo sujetó por la camiseta y tiró de él hacia arriba hasta que ambos pudieron volver a respirar. No había tiempo para preguntas si las olas los empujaban contra las rocas no iban a acabar precisamente bien, así que lo arrastró como si él solo no fuese capaz de nadar hasta la cala más cercana.

Respiraron agitadamente tumbados en el rompeolas.

—¿Estás bien? —inquirió Yumi.

—Sí…

La muchacha suspiró y se sentó, las olas que rompían le mojaban los tobillos. Ulrich permaneció tumbado concentrado en su propia respiración hasta que logró recuperar el ritmo normal, entonces tomó asiento junto a ella. La miró de reojo pero ella mantenía la vista fija en el horizonte, allí donde dejabas de saber que era mar y que cielo.

—¿Por qué tienes que ser tan idiota?

Ulrich frunció el ceño, ya se estaba cansando de que le llamara "idiota" todo el rato.

—¿Por qué te pones tan celoso siempre? Ni siquiera tienes motivos para estarlo.

—William…

Yumi soltó un bufido y le golpeó en el hombro sin fuerza.

—William, William, William y más William —repitió con amargura—. Si pensases en mí la mitad de lo que piensas en la amenaza de William…

»¡Maldita sea! Ulrich. Entre él y yo no hay nada más que amistad.

—Igual que entre nosotros.

—Ves cómo eres idiota. ¿Por qué no lo ves?

Hundió la cara en sus rodillas y se abrazó las piernas frustrada. Después del monumental cabreo había llegado la hora del bajón, ahora sólo le quedaban ganas de dos cosas: la primera, llorar hasta quedarse dormida; la segunda, tirarse por un puente. Llorar era menos drástico que el puente.

Él se limitó a mirarla, sin mover un músculo ni pronunciar una sola palabra. Quería preguntarle qué era lo que se suponía que tenía que ver, pero no se atrevió.

—Idiota... —siseó.

—Ya me ha quedado claro, deja de repetirlo.

El agua salada goteaba desde su pelo azabache, que se le había adherido a las mejillas y la nuca, y resbalaba por su piel, recorriendo a su antojo sus músculos largos y bien definidos. La tela azulada del vestido de verano se arrapaba sobre cada una de sus sinuosas curvas y hacía que el bikini negro se transparentase. Ulrich apartó la mirada alejando así la amenaza de sus propios pensamientos.

Yumi suspiró, con los ojos vidriosos le miró con determinación. ¿Él no se enteraba o no podía? Vale, de acuerdo. Lo había asumido. Lo haría ella. Sería lo que en su tierra llamaban "buscona", "lagarta", "calienta braguetas" y demás apodos adorables para evitar decir: chica, eres un putón.

—Mírame —ordenó secamente. Ulrich obedeció al instante—. No quiero ser más tu amiga. —Por la expresión de su amigo supo perfectamente lo que le pasaba por la cabeza, sin embargo, pensó que se merecía sufrir un poco por haberle fastidiado la mitad del viaje con sus niñerías, así que permaneció callada un rato avivando su pesimismo—. Estoy cansada y aburrida de serlo. X.A.N.A. ya es historia, Ulrich. Te quiero, maldita sea...

»¿Por qué tienes que ser tan rematadamente idiota? —susurró volviendo a enterrar la cara entre las rodillas completamente roja. El que fuera decidida no cambiaba el hecho de que era tímida.

—¿Me... quieres? —preguntó estupefacto.

Ella asintió en silencio sin alzar el rostro. Él observó el mar con el ceño fruncido, como si allí fuese a encontrar la respuesta.

Una de las cosas que había aprendido era que en Japón había dos formas de decir "te quiero". Una significaba "eres superguay, te quiero un montón, como amigo o como familia" y la otra que sí se refería al amor. La cuestión era ¿cuál de las dos era la correcta?

La muchacha volvió a suspirar. No lo había pillado.

—Estoy enamorada de ti, y tú te dedicas a cazar amenazas fantasma, idiota.

—Yumi...

—Déjalo. No he dicho nada.

—Yumi.

—En serio, olvídalo...

Le resultaba raro, pero se sentía completamente humillada. No era que esperase una respuesta apasionada con una declaración azucarada y rimbombante, de esas tan frecuentes en los shôjo donde aparecen tramas de burbujitas, florecillas y corazoncitos, de hecho, si hubiese ocurrido eso, habría salido huyendo del susto. Pero ¡Maldita sea! Esperaba, como mínimo, un "y yo a ti", "me gustas", "tía, ¿qué has desayunado esta mañana para soltarme eso?", "¿dónde está la cámara oculta?", en definitiva algo más que escuchar su nombre como si fuera el eco.

Ulrich inspiró hondo intentando recuperar el compás de su respiración. Se había puesto rojo, después morado y finalmente azul. Se había olvidado de respirar. Le había pillado tan de sorpresa que podría haber muerto de un infarto fulminante en aquel preciso instante.

Lo de que Yumi le quería ya lo sabía, si no le quisiera no le habría aguantado la mitad de las cosas que le aguantaba, pero lo de que estuviera enamorada de él y que además lo dijese con aquella seguridad y sin dudar...

Deseaba gritar que él también la quería, pero no podía hablar. Era muy frustrante.

La cogió por la muñeca y le tiró ligeramente del brazo, pero ella no se movió, así que enfuruñado se arrodilló frente a ella. Tomó su rostro entre las manos, tenía los ojos llorosos y las mejillas rojas. No tenía palabras.

—Yumi... —repitió provocando que a ella le diesen ganas de molerlo a golpes.

Volvió a sujetarla por la muñeca y esta vez tiró con más fuerza obligándola a cambiar de posición y situarse también de rodillas. Abrió la boca para hablar pero fue interrumpido bruscamente.

—Si se te ocurre volver a decir mi nombre me voy a enfadar de verdad.

Ulrich suspiró algo amedrentado. Tragó saliva. No iba a acobardarse, así que, sin soltarle la muñeca, la sujetó por la cintura pegándola a su cuerpo y la besó. Si en algún momento Yumi quiso apartarle él no lo notó, pero lo cierto era que no se movió ni un milímetro. Sus labios tenían sabor de sal de mar.

La apartó poco a poco las lágrimas corrían por sus mejillas acompañando al agua marina.

—¿Yumi? —musitó.

La muchacha resopló y le golpeó en el pecho con la palma de la mano abierta. Ulrich perdió el equilibrio, cayó de espalda, como la mantenía sujeta por la cintura la arrastró en la caída.

—Idiota... —susurró enterrando la cara en su hombro.

—Ya lo sé —contestó él.

Jugueteó con la tela azul del vestido que se adhería a la cintura de Yumi. Nunca se había imaginado en aquella situación. Siempre creyó que, cuando le llegase un repentino ataque de valor, volvería a confesarle lo que sentía y que esa vez lo haría bien. Lo último que esperaba era que ella se le declarase y que él se quedase mudo.

Esperó oírla sollozar, pero no lo hizo, por lo que supuso que ya no lloraba. La respiración de Yumi chocaba, de manera regular, contra su cuello provocándole una sensación la mar de agradable. Se giró un poco y la besó en la oreja, el único lugar accesible en aquella posición.

—Yu... Oye —se corrigió sobre la marcha, no quería que volviera a darle—. Me has pillado un poco por sorpresa.

»¿Estás despierta?

Yumi levantó la cabeza y le clavó aquellos ojos negros empañados por los restos de las lágrimas.

—Lo estoy —farfulló.

—Oye... yo... Tú sabes que yo... —Suspiró.

—Uy sí, qué emocionante —espetó con todo el sarcasmo del mundo.

—Tú sí que eres idiota —replicó Ulrich—. Pero idiota, idiota.

—¿¡Qué...!

Él movió la cadera y giró la situación. Las llaves de evasión eran una de las cosas que había aprendido de ella cuando empezaron a entrenar juntos. Quedó tumbado sobre ella, sin inmovilizarla, porque no estaban combatiendo y tampoco quería parecer grosero obligándola a permanecer en una posición comprometida, y menos aún arriesgarse a recibir las consecuencias convertidas en paliza dolorosa.

—Eres tú la que no lo ves —añadió aludiendo a lo que le había dicho ella unos minutos antes—. Tonta —susurró con ternura.

—Encima…

—Yo también… quiero decir que… —Le apartó un mechón empapado de la mejilla y sonrió—. Ya sabes que yo siento lo mismo por ti.

—No, sólo sé que te obsesiona la idea de que haya algo entre William y yo.

—Pues lo siento, o más bien, aún lo siento.

—Idiota —dijo una vez más pero esta vez sin resentimiento.

Ulrich lo interpretó como algo positivo así que volvió a besarla y esta vez ella le correspondió. Fue el beso salado más dulce de toda su vida.

Cuando Ulrich la soltó, Yumi se escabulló hábilmente, tumbándole bocarriba le hizo un kashira-gatame, en aquella posición los pechos de Yumi quedaban demasiado cerca de su cara y eso le ponía nervioso. Hacía daño, vaya que si dolía. Ulrich dio tres palmadas en la arena indicando que se rendía y ella le soltó con una sonrisa satisfecha.

—Eso no va a hacer que esté menos enfadada contigo —determinó y él supo que le iba a costar lo suyo devolver las aguas a su cauce, aunque la sonrisilla disimulada de Yumi le daba cierta esperanza.

Fin

Aclaraciones:

Kashira-gatame: llave de inmovilización de judo. Aquí una imagen (no sabría cómo explicarlo jajaja. Quitad los espacios): www. institutozen. com/aikijujitsu/ img/judo/kashira_gatame. jpg
Señorita arma: "Yumi" es el término japonés para designar los arcos que se usan en la práctica del Kyudo (tiro con arco japonés). El yumi mide alrededor de los dos metros lo que lo hace más alto que el kyudoka y se caracteriza por ser asimétrico. Están hechos de bambú, madera y cuero. El tsuru (cuerda) está hecho de cáñamo, aunque actualmente también se utiliza el Kevlar. Los kyudoka tratan al yumi con un profundo respeto, le dan el mismo trato que desean para ellos mismos y jamás tocan el de otro kyudoka porque consideran que es como tocar a la pareja de otra persona.

Escrito el 24 de abril de 2011

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