sábado, 12 de marzo de 2011

25M IX.- Arriesgar


Code: Lyoko y sus personajes pertenecen a MoonScoop y France3

IX.- Arriesgar

Yumi suspiró de nuevo frente al espejo. Cuanto más se miraba menos le gustaba la imagen que le devolvía. Empezaba a desesperarse, o sea, no era tan complicado, ni que jamás se hubiese puesto un dichoso vestido antes. Además tampoco era como si fuese a ver al Emperador y a su familia. Iba a un simple partido de fútbol. A un estadio atiborrado de gente que no iba a fijarse en ella para nada. Y él no iba a verla en medio de la multitud entregada al espectáculo.

Miró nuevamente su reflejo. Un vestido blanco y vaporoso. Blanco.

¿Por qué demonios llevaba un vestido blanco? El blanco no le gustaba, siempre que veía una superficie blanca sentía la imperiosa necesidad de llenarla de dibujos, letras, pegatinas… Se puso de perfil analizando la caída de la tela que realzaba su cuerpo esbelto de curvas sinuosas y sencillas. Volvió a suspirar, esta vez resignada, no tenía más tiempo para perder con batallas estéticas.

«Pálida y vestida de blanco. Como un fantasma, vas a hacer huir a todo el estadio.»

Se calzó las sandalias sin tacón blancas, también, con pequeñas florecillas azules salpicando las tiras. Cogió el bolso y las llaves del recibidor y se enfundó la cazadora tejana antes de salir.

Caminó junto a los coches apiñados que lanzaban bocinazos furibundos inmersos en el monumental atasco que se formaba siempre que el PSG jugaba en casa. En esos momentos se alegraba de vivir a tres manzanas del estadio, podía ir andando, ni transporte público atiborrado, ni tráfico imposible, un agradable paseo.

A medida que se acercaba al campo se iba poniendo más nerviosa, el partido de debut de su mejor amigo, aquel al que quería tanto que hasta le dolía. Si con X.A.N.A. por en medio ya era difícil optar a algo más, después con los cursos de preparación para la universidad lo complicaron un poco más, y ahora, si se hacía famoso quedaría para siempre fuera de su alcance. No importaría cuanto se quisieran, el estúpido de su mánager se encargaría de impedirlo.

Se detuvo frente a la puerta diecisiete, la única en la que no había cola, el guardia de seguridad le miró enarcando una ceja en una muda interrogación que parecía decir "¿qué haces tú aquí, niña? Vuelve a tu casa a jugar con las muñecas". Yumi le sonrió con una pizca de arrogancia, hurgó en su bolso vaquero y extrajo un pase de palco. El rostro del hombre demudó su expresión vacilona por una de asombrada disculpa. Yumi se sintió ligeramente mal, acababa de tomarla por una personalidad VIP, pero no dejó que se le notase.

La elegante escalera ascendía limpiamente por el interior del estadio con su delicada barandilla de roble hasta el palco privado decorado más como un pub de élite que como un campo de fútbol. Observó amilanada el ir y venir de las elegantes esposas de los futbolistas, los familiares y los jugadores que estaban lesionados o no habían sido convocados. Las miró, a todas y cada una de esas personas, con su ropa casual que destilaba elegancia y exquisitez y después su simple vestido blanco y sus sandalias baratas de hacía, por lo menos, cuatro años.

«Asúmelo, eres una carpa fuera de tu estanque.»

Se sentó en un rincón, allí donde el vidrio se escondía tras una columna, antes de morir en la pared, tenía espacio para ver y si tenía suerte nadie se fijaría en la yuki-onna pasada de moda.

El partido debut de Ulrich Stern también era el último de la temporada. El PSG se había alzado con la victoria en la Ligue1, y a él le habían regalado esa oportunidad de oro, subiéndole desde el filial, para un partido que prometía ser de los más vistos, especialmente por la celebración que vendría después.

Estaba nervioso. La equipación roja y blanca le picaba por todos lados, la lazada de las botas no parecía quedar nunca bien, las medias resbalaban o tal vez sólo se lo parecía a él, y las manos… Las manos le temblaban como nunca antes en su corta vida.

Sus compañeros le tomaban el pelo tratando de calmarle, el problema era que no iban bien encaminados, lo que le tenía crispados los nervios no era el partido era lo que pensaba hacer luego, porque, conociendo los antecedentes, lo mismo moría asesinado en un estadio abarrotado delante de las cámaras de televisión. Podía ser doloroso hasta extremos insospechados. Ya no podía echarse atrás. Se había deshecho de su mánager que quería convertirle en un zombi para el que sólo existe el fútbol, había avisado al entrenador de sus planes y había sobornado al tío de las cámaras y al de la megafonía para que le echasen un cable, demasiado trabajo para echarse atrás como un gallina.

Cuando salió al campo a jugar sencillamente se calmó como por arte de magia, siempre le ocurría. Incluso se permitió marcar dos de los goles de su equipo. Disfrutaba jugando y no notaba la presión, para él no era diferente de los partidos de las liguillas interescolares, porque él siempre se había empleado a fondo en todos los partidos, puntuables o amistosos.

De pequeño odiaba el fútbol pero jugaba porque eso hacía que su padre se sintiera orgulloso de él y le prestara atención, de adolescente empezó a picarle el gusto por ese deporte y un poco más adelante, con el apoyo constante de Yumi, había pasado a amarlo.

Su carrera empezaba pero él se sentía bastante fracasado. A los dieciséis había entrado en las categorías menores del PSG, ahora, a los dieciocho entraba en el primer equipo, pero su gran reto en la vida no lo había logrado. Sabía que Yumi quería que fuesen sólo amigos mientras X.A.N.A. viviera para hacerles la vida imposible, pero tras borrarlo del mapa, no había conseguido reunir el valor suficiente para declararse, decirle que la amaba con todo el alma y que deseaba estar con ella hasta el fin de sus días. Las veces que Yumi se le había acercado con ánimo de borrar esa frontera él se había acobardado y perdido la oportunidad. ¿Se podía ser más idiota? Seguramente no. Era el rey de los idiotas.

El agua caliente de la ducha relajaba todos sus músculos cansados de haber corrido como un desesperado durante los noventa minutos del partido, y le infundía un poco de valor.

En el palco Yumi bebía un batido de frambuesa, se moría por mezclarse entre la gente de las gradas, no se sentía precisamente a gusto entre las celebrities, demasiado estirados. Al menos abajo la gente le daría conversación o, por lo menos, no desentonaría entre ellos.

—¿Quién soy? —Le taparon los ojos.

—Odd.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó fastidiado.

—La voz.

Yumi se giró y fue entonces cuando vio a sus amigos allí, Aelita, Jérémie y Odd. Aelita con un vestido granate sencillo y elegante y sus zapatitos de tacón que le quedaban estupendos. Jérémie con su eterno jersey ancho y cómodo y sus pantalones. Y Odd con su desafío estético de colores brillantes en contraste, a veces le daban ganas de ponerse unas gafas de sol antes de mirarle.

—¿Qué hacéis aquí?

—Más o menos lo mismo que tú. —Sonrió Jérémie—. Ulrich nos ha invitado.

—Pero sólo más o menos —recalcó Odd—. Porque si hiciéramos lo mismo que tú nos matarías, creo.

—¿De qué ha…?

—¡Yumi! —exclamó Aelita—. ¿Es un batido de fresa?

La muchacha frunció el ceño en una clara expresión de desconfianza, algo no iba bien, lo presentía. Optó por ignorar esa sensación.

—Frambuesa —contestó—. ¿Quieres uno?

—Sí, tiene una pinta increíble.

Yumi suspiró, se levantó y se dirigió hacia la barra de bar al fondo de la sala. Una vez quedaron alejados de ella, Jérémie y Aelita extendieron sus brazos y le atizaron una sonora colleja a Odd al unísono. Se frotó la nuca con un puchero infantil.

—Se supone que nosotros no sabemos nada, Odd —protestó Aelita.

—Casi metes la pata —continuó Jérémie.

—Lo siento, es que… hace tanto que…

Los tres amigos suspiraron a la vez. Demasiado tiempo.

Regresó con el vaso de batido en la mano y se lo dio a Aelita que lo tomó sonriente. Yumi clavó su mirada en el campo, unos metros más abajo. No había nadie sobre el verde césped pero las gradas continuaban abarrotadas. Se moría por bajar y mezclarse con toda aquella gente.

—¿Esperando ver a Ulrich?

—¿Por qué dices eso, Odd?

—Por qué ibas a mirar tan fijamente el césped sino.

Yumi se encogió de hombros, era cierto. Sólo estaba allí por Ulrich, porque a él le hacía ilusión y así ella tenía una excusa para estar cerca de él.

—¿Prefieres que te mire a ti? —inquirió enarcando las cejas.

—Puedes mirarme tanto como quieras. —Sonrió—. Soy más interesante que la nada.

—Me voy a las gradas —dijo poniéndose en pie, estaba cansada de estar allí dentro.

Jérémie empezó a mover las manos frenético, Aelita miró fijamente a Odd en busca de una solución y éste se encogió de hombros. «Sobre todo que Yumi no se vaya del palco» le había pedido Ulrich, qué esperaba que hiciera, qué la atase a la silla.

—Con lo bien que se está aquí… —pronunció con voz firme—. Aire acondicionado, tranquilidad, servicio de bar…

—Odd, mírame —espetó señalándose—. ¿Tengo pinta de encajar entre los ricachones?

—Venga, mujer, si estás muy bien.

—No es verdad. Y a ti qué más te da que me vaya a la grada.

Pensar rápido no era lo suyo, improvisar sin pensar sí, pero cuando había por medio peligro de ser molido a palos…

—¡Es que…! —Pasó el brazo por los hombros de Yumi sensualmente y la pegó a su cuerpo con fuerza—. ¡Hoy estás genial! Y si te vas a la gradas no podré recrearme la vista.

—¿¡Qué dices! —exclamó azorada tratando de quitárselo de encima a empujones, pero Odd la sujetaba con fuerza—. No digas tonterías… ¡Odd, quita!

—Ay, Yumi —continuó esquivando los manotazos al aire que soltaba su amiga—, con lo mona que eres y todavía soltera y sin compromiso. Si quieres yo me ofrezco para ser el amor de tu vida.

—Tú ya tienes novia, pervertido.

—Soy un bien de la humanidad, no le importará compartirme.

Jérémie y Aelita observaban avergonzados el espectáculo que estaban dando, mantenían un tono de voz alto y el hombre de la barra les miraba con una ceja alzada con desdén. Aelita se preguntó cuánto tiempo lograría entretenerla Odd y si sería suficiente.

Las luces del campo se apagaron y los focos a pie de césped se encendieron. A través de la megafonía se escucharon los primeros compases del himno del PSG. Yumi acertó a empujar a Odd y apartarlo de ella, su pelo negro caía enmarañado como si acabase de pelearse con su almohada.

—¡Oh no! Ya no me dejaran pasar.

Odd trató de peinarla pero ella le dio un golpe en la mano.

—Mejor, así te quedarás a verlo con nosotros.

Lo único que consiguieron arrancarle durante la siguiente media hora fue un bufido molesto. En el campo los jugadores paseaban la copa de la Ligue1, se rifaban el micrófono para hablarle a la afición. Yumi buscaba en el videomarcador a su amigo que era el único de los jugadores que le interesaba y no podía evitar sonreír como una tonta cada vez que le veía.

Finalmente el capitán del equipo le tendió el micrófono a Ulrich presentándole como el novatillo, éste lo tomó y avanzó algunos pasos, la cámara le enfocó. Empezó a dar las gracias a la afición y todo aquello que a Yumi le sonaba a política y peloteo, pero que sabía que él lo decía de corazón.

Entonces se puso muy serio, la imagen se desvaneció un momento y la pantalla quedó dividida en dos mitades, en una la cara de Ulrich y en la otra la cámara oscilaba por la grada en busca de algo, la imagen se detuvo sobre el palco y después sobre ella que mantenía los ojos abiertos de par en par.

Ulrich carraspeó y sus mejillas se encendieron mientras se movía nervioso de manera desordenada.

—Yumi yo… —Inspiró hondo concentrándose en la idea de que allí no había nadie más que él y Yumi, que estaban sentados el uno frente al otro en su cafetería preferida, la de Pierre, compartiendo un pedazo de tarta de cerezas—. Te… quiero y quiero que te cases conmigo. —Ignoró el murmullo de la gente de las gradas, los gritos de ánimo, los silbidos y el resto. Sólo le quedaba una palabra para acabar, un último esfuerzo—. ¿Qui-quieres?

En el palco Odd le dio un golpecito en el hombro a Yumi que se había quedado petrificada, le acercó el micrófono pero como no se movió para cogerlo lo mantuvo frente a sus labios.

Yumi dedicó a Ulrich una sonrisa, en apariencia, dulce, pero él que la conocía bien sabía que decía "te voy a matar, Ulrich Stern, más te vale haber escrito ya tu testamento". Mirar fijamente la pantalla gigante le estaba poniendo histérico, veía su propia cara completamente roja, con un tic nervioso en la comisura de los labios y la de ella, sonrojada pero como si no pasase nada. También veía el brazo de Odd sujetando el micrófono.

Yumi asintió, aunque él sabía que el que asintiera no tenía porque significar "sí". Le arrebató el micrófono con delicadeza a su amigo y se lo acercó a los labios.

—Sí, claro que sí.

La sonrisa de Ulrich iluminó la pantalla gigante desapareciendo bajo una aborigen de manos de sus compañeros revolviéndole el pelo en una felicitación infantil. Cuando su cara desapareció del monitor, Yumi, miró de manera inquisitiva a sus amigos. Aelita y Jérémie se encogieron temiendo la represalia, Odd en cambio hinchó el pecho orgulloso como un pavo real.

—Traidores —dijo enarcando las cejas.

—Te quejarás…

Yumi rodó los ojos y esbozó una sonrisa infantil.

—Gracias.

Fin

Aclaraciones:

Asentir: Una de las diferencias más notables entre los occidentales y la mayor parte de oriente es el tema de asentir (Japón, China, Corea…). Cuando un japonés asiente con la cabeza en realidad no te está diciendo que sí, es sólo un modo de indicar que te está prestando atención, que te está escuchando. Su equivalente a asentir sería formar un círculo con el pulgar y el índice manteniendo el resto de los dedos erguidos, y el equivalente a negar con la cabeza es formar una cruz con los brazos frente al pecho. Así que ya sabéis si veis a un oriental asentir no os está diciendo que sí.
Yuki-onna: uno de los yôkai más famosos del folclore nipón, es la mujer de las nieves y se caracteriza por ir ataviada con un kimono blanco, tener la piel muy blanca y el pelo largo y negro, siempre aparece cuando nieva.

Escrito el 09 de marzo de 2011

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