sábado, 9 de octubre de 2010

25M XV.- Sol



Code: Lyoko y sus personajes pertenecen a MoonScoop y France3

XV.- Sol

Supongo que toda esa gente que dice que la realidad supera a la ficción tiene toda la razón del mundo. Cuando mis padres me dijeron que nos marchábamos a Francia quise esconderme debajo del futón, y suplicarle a Buda que se abriera un agujero bajo mis pies y me tragase. No me gustaban ni Francia ni los franceses… De acuerdo, siendo sincera, sí que me gustaban pero me empeñé en querer odiarlos ¿lo logré? Pues no. Fue un fracaso absoluto.

En sólo una semana perdí a mis amigos, a mi hermano, a mis tíos y abuelos, el templo, la ciudad… Todo aquello que creía que le daba sentido a mi vida.

Un pozo sin fondo, negro, solitario y helado.

Un país diferente, un idioma distinto y gente nueva. Un fastidio. Por suerte empecé a estudiar francés a los tres años. Mi abuela había vivido en Île de Ré, una preciosa isla francesa frente a La Rochelle, en el océano atlántico. Ella me enseñó. Siempre dijo que cualquier chica que se precie debe hablar como mínimo tres idiomas. En mi caso japonés, cantonés y francés, a los que se acabaron añadiendo el inglés, el italiano y el alemán.

El aspecto de la academia Kadic no mejoró mi deseo de "tierra trágame", y mucho menos los alumnos tan diferentes de los que yo estaba acostumbrada a tratar. ¿Qué podía hacer yo en aquel lugar?

La respuesta me llegó en forma de papel rosa volador estampándose contra mi cara. Era un cartel cutre, pésimamente diseñado y manchado de café. Ponía:

¡Dejad de perder el tiempo!

Vuestro profesor favorito, Jim, os convertirá en luchadores como Dios manda.

Apuntaos hoy mismo a las clases de artes marciales.

Inscripciones en el gimnasio de las 9:00 a las 16:30.

Enarqué las cejas y me entraron ganas de reír. En letra pequeñita abajo del todo había escrito:

Por favor, aunque sólo os quedéis dos días.

Aquella suplica me enterneció. Artes marciales, ¿por qué no? En mi escuela, desde bien pequeña, formaba parte de los clubes de karate, judo y aikido. Era un buen punto en común para no volverme loca de remate.

Con toda mi decisión y aplomo seguí el mapa, que el día anterior me había trazado el director, en busca del gimnasio. Me esperaba que fuese un pabellón independiente en el centro de las pistas deportivas, sin embargo era un enorme anexo de otro edificio, que más tarde descubrí que era el aula de música con todos sus instrumentos y perfectamente insonorizada.

El bueno de Jim tenía una cara de puro aburrimiento que te traspasaba el alma, fui hasta a él. Me dijo que allí sólo se admitían alumnos que quisieran tomar clases de artes marciales, cuando le dije que ese era exactamente el motivo por el cual estaba allí, casi se levantó de un salto para abrazarme. Se contuvo y dijo «dos alumnos, todo un record». Lo comprendí más tarde.

El día en que empezaron las clases, aquel día… el cielo nublado de mi vida fue sustituido por un sol radiante que calentaba mi piel para que no tuviese frío.

Dos alumnos. Solos. Ulrich Stern y yo.

«No está mal para una principiante», me soltó en tono de burla cuando esquivé su ataque. «Pobre idiota», pensé y sin la menor consideración le derribé. Estuve a punto de decirle: ¿quién es el principiante ahora, idiota? Pero… en aquella posición en la que estábamos, tirados en el suelo, yo sobre él y forcejeando con cierta rabia… Algo en él, algo en aquello me aceleró el pulso y me puse roja.

No estaba mal, para ser un mocoso presuntuoso. Seguramente si no hubiésemos coincidido en esa clase jamás me habría enamorado de él, seguramente ni habríamos sido amigos. Debo darle las gracias al karma y a Jim.

Ulrich me abrió las puertas al maravilloso e inquietante Lyoko, me dio a mi mejor amiga, Aelita, y a Jérémie y a Odd unos amigos fantásticos. Miles de aventuras. Momentos inolvidables. Secretos compartidos. Complicidad, amistad y amor. Más del que jamás habría imaginado.

Y también millones de problemas. Ataques de X.A.N.A., episodios de celos, broncas… ¡Menudo caos! En aquellas ocasiones me invadían las ganas de patearle, y es que a veces, se ponía de lo más insoportable e infantil. Pero de un modo u otro siempre lo arreglaba.

Ulrich siempre sabía como animarme, lo que necesitaba, que decirme y que hacer. Eso anulaba cualquier cosa estúpida y molesta que pudiera hacer. También ayudaban los entrenamientos que tan bien sentaban cuando estaba cabreada, como Ulrich no era un principiante podía atacar sin contenerme.

Y por supuesto, por ahí también rondaba Sissi con su manía de perseguir a Ulrich a todas partes, lanzarle piropos y tratando de separarnos. Cada vez que la escuchaba decir «Ulrich querido…» me daban ganas de estrangularla. Y William… de él no sé muy bien que decir.

William fue como un soplo de aire fresco y reconfortante, me recordaba a gran parte de lo que dejé atrás al venirme a Francia, así que congeniamos en seguida. Pero ponía histérico a Ulrich y a mí de paso.

Puede que si William no hubiese acabado bajo el control de X.A.N.A. las cosas hubiesen sido diferentes.

Seguramente habría precipitado la situación. Me habría obligado a saltar al vacío sin comprobar si había red para parar la caída. Aún me acuerdo de cuando me dijo que tenía que decidirme, plantarle cara a la situación, sacar mi mejor sonrisa y decir lo que sentía.

Decir: «Te quiero, Ulrich»

Y ahora, puedo mirar atrás sin arrepentirme de nada. Sé que he hecho todo lo que tenía que hacer y que no me he dejado vencer por el miedo.

Lo sé por que la pausada respiración a mi lado, en la cama, así lo confirma.

El pelo castaño, rebelde y revuelto, la nariz alargada y grande, para lo que yo estaba acostumbrada a ver en mi país, la piel dorada y morena…

Ulrich Stern abrió sus ojos de color caramelo, adormilado, mirándome con aquella expresión fascinante.

—Yumi… ¿No puedes dormir?

—Pensaba…

—¿En qué?

—En que el sol es radiante.

—Yumi… —me susurró alzando una ceja—. Son las tres de la madrugada, no hay sol a estas horas.

—Sí lo hay —murmuré— está aquí, a mi lado.

—Eso es muy irónico. —Rió.

Me acurruqué en su pecho desnudo. Al parecer eso de perder la ropa sin previo aviso se había convertido en una costumbre para nosotros. Ulrich me besó el pelo con una suave caricia en mi brazo.

No pude contener un leve suspiro que llevaba un rato amenazando con escapar.

—¿Qué ocurre, preciosa?

—Te quiero. Mucho.

—Y yo a ti.

Tomó mi barbilla entre sus dedos para hacerme alzar la cara y me besó en los labios, de ese modo que sólo él sabía, con una impresionante mezcla de dulzura y pasión.

Sólo tengo una frase para ti, Ulrich:

Eres el sol que ilumina mi vida.

Fin

Escrito el 08 de octubre de 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario