miércoles, 25 de agosto de 2010

ADQST 08.- Incursión



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Incursión

Jérémie había bajado al sótano con Yumi, la había invitado a sentarse en una de las sillas. Ella le clavaba la mirada, impacientándose, por el silencio que mantenía su amigo.

—Pensaba que querías hablar. —Suspiró.

—Busco el modo de hacerlo.

—Vamos —le apremió.

—Tuve la oportunidad de impedirlo, pero no lo hice.

Yumi parpadeó incrédula, convencida de que no le estaba comprendiendo, de que había algo que no había entendido correctamente.

—¿Qué? —La voz le salió chillona.

—Cuando X.A.N.A. se valía de Aelita para destruir Lyoko, busqué un modo de librarla de su control. —Yumi asintió, recordaba el tema de la posesión—. Lo único que funcionaba era desvirtualizarla, pero no sabíamos que pasaría si se activara la materialización desde el superordenador.

—Ajá… ¿qué tiene eso que ver con William?

Jérémie esbozó una sonrisa triste.

—Descubrí que el materializarla desde el superordenador y hacerlo con vuestras armas tenía el mismo resultado. —Yumi se echó hacia atrás en la silla y él supo que le había entendido—. Pude desvirtualizar a William cuando X.A.N.A. se hizo con él.

—¿Por qué no lo hiciste? —Aturdida se llevó la mano a la frente.

—No sé como explicarlo —dijo suspirando—. No lo pensé. Todo lo que quería era proteger a Aelita, y William era una amenaza. Entonces… hubo un momento en que quise hacerlo, pero no lo hice porque… no lo sé. Creí que eso de algún modo ayudaría a Ulrich. Entonces eliminó a Aelita, dimos con Franz Hopper y ejecutamos el programa para recuperarle y dejé de pensar en William. Pensé que le recuperaríamos, pero no fue así. X.A.N.A. se lo quedó.

—¿Ayudar a Ulrich?

—Ayudarle contigo. Por que siempre estaba tenso cuando William se acercaba.

Yumi se puso de pie y sus ojos chisporrotearon de pura rabia, apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas.

—¿Es qué eres idiota? Cuando aquello pasó, ¡yo ni siquiera confiaba en William! No lo quería en el grupo, es qué no te acuerdas…

—Soy consciente ahora, pero pensé que no era algo malo…

—Jérémie… ¿eres consciente de lo que estás diciendo?

—Sí. Y lo siento. ¿Podrás perdonarme?

Negó con la cabeza y su melena azabache se agitó.

—No es conmigo con quien tienes que disculparte. —Caminó hasta las escaleras—. Necesito pensar…

—Me disculparé con tu novio —dijo pensando en lo que le había contado Aelita.

—Si te refieres a William, déjame decirte que es sólo un buen amigo. Nada más.

—¿Se lo has dicho a Ulrich?

Puso los ojos en blanco y se giró a mirarle. Si lo que quería era que le rompiese la nariz de un puñetazo iba por buen camino.

—¿Y tú? ¿Le has dicho a Aelita que Kiwi te robó una vez los calzoncillos y los dejó la mitad del campus?

—No… no es lo mismo —replicó sonrojado.

—Sí que lo es. No tengo que darle explicaciones a nadie.

Subió las escaleras como un cohete y se encerró en la habitación. Tenía mucho en lo que pensar. Tanto en lo que había sentido y su manera de actuar tras el ataque de X.A.N.A., como en lo que acababa de contarle Jérémie.

Siempre había sabido que ser sólo su amiga era complicado pero que podía sobrellevarlo con esfuerzo, del mismo modo que sabía que sin él no podría tirar adelante. Se había asustado mucho, quizás demasiado. Tal vez por ello no se había calmado hasta ver con sus propios ojos que estaba bien. Se había comportado como una loca histérica, no le pegaba nada.

Las palabras de Kento habían sido como un golpe, eran verdaderas y eso le daba miedo. "Dile que le amas, si no te espabilas encontrará a otra que sí que quiera jugar"… Comprendía lo que implicaba ese "jugar". No se había dado cuenta de que era tan transparente en ese sentido, la había calado con una conversación de diez minutos, ya que la llamada la había olvidado con la vuelta al pasado, y un combate de kenpô. Estaba impresionada.

Jérémie… le había cabreado. Pero eso de hacer cosas estúpidas no iba con él. Por más que pensó no logró sacar nada en claro, estaba demasiado enfadada para razonar.

Suspiró y se tumbó boca arriba en la cama con el ceño fruncido. Cogió el "diario de William" y lo abrió por la última página que había leído.

Mes dos día veintiséis
Hoy sólo puedo pensar en una cosa: Aelita. Es su cumpleaños, su día preferido del año. Si cierro los ojos puedo verla jugar en el jardín nevado, con su vestido granate, sus botas para la nieve y su abrigo preferido. También puedo ver a Franz tocando el piano en la sala, con ritmo tranquilo y seguro, la suave melodía inundando la casa, acariciando mis oídos y mi corazón, llenándolo todo.

Se detuvo parpadeando varias veces. Había habido un cambio notorio en el modo de escribir, había perdido la distancia. Cuando había descrito los sectores de Lyoko escribía en primera persona "mi sector favorito", "lo que menos me gusta"… al llegar a la parte sobre Waldo Schaeffer y Aelita todo se había vuelto impersonal "la pequeña Aelita", "el barbudo Waldo", en cambio, ahora decía "si cierro los ojos". Era alguien que había estado allí, pero no sólo eso, era una persona cercana.

Había algo más… pero aún no sabía que era.

Continuó leyendo con la esperanza de dar con el sentido de aquella extraña corazonada.

A las afueras de la villa, en una coqueta casa de dos plantas y amplio jardín, se cernía una riña de narices y Ulrich trataba de aguantar el chaparrón. Su padre le gritaba a él y su madre a su padre. Un día más en el seno de la familia Stern. Realmente le sorprendía que todo siguiese exactamente igual, eso le recordaba por que llevaba años sin ir a visitarles y llamando sólo a su madre.

Acabó hartándose a las dos horas. Se levantó a medio chillido de Axel Stern, besó la mejilla de Lena Stern y se marchó, sin preocuparse de recoger su chaqueta. Salió con un estruendoso portazo que seguramente habría tirado al suelo algunos marcos con fotos de una falsa familia feliz.

Se preguntó mil veces por qué. ¿Por qué no podía ser todo como cuando tenía cinco años y su padre estaba de buen humor? Menuda suerte tenía. Se frotó los brazos para entrar en calor, la brisa nocturna de abril era fría y él sólo llevaba una fina camiseta de algodón. Pese a ello decidió que era mejor caminar de vuelta a L'Hermitage que coger el autobús. Eso le daría tiempo para calmarse.

Miró el reloj antes de entrar, debían estar durmiendo todos, así se ahorraría las explicaciones. Giró la llave en la cerradura y empujó la puerta con suavidad, casi sin hacer ruido. Le sorprendió ver luz en el salón.

—Hola. —La voz de Yumi le llegó en un susurro.

—Ey… —murmuró entrando.

—¿Cómo ha ido?

Ulrich emitió un gruñido y se sentó a su lado en el sofá, deslizándose hábilmente hasta apoyar su cabeza en el hombro de ella. Se tensó con el gesto como si le hubieran soltado una descarga, tragó saliva y respiró pausadamente, sus músculos se relajaron; por norma general cualquiera que invadiese su espacio personal le molestaba y lo apartaba sin más, pero con él era diferente. Acarició la mejilla de Ulrich, estaba helado.

—Nada ha cambiado —farfulló.

—Lo lamento.

—Está cabreado por que rechacé jugar en el Verein für Bewegungsspiele Stuttgart.

—¿El qué?

Ulrich emitió una risa cansina incorporándose.

—El equipo de futbol de Stuttgart. —Señaló el libro que tenía sobre el regazo—. ¿Algo nuevo?

—Hablaré con Aelita. Pero antes acabaré de leerlo. —Ulrich la miró interrogante—. Si hay algo… grave, prefiero estar prevenida para saber como planteárselo.

—Me parece una idea excelente. —Ambos sonrieron—. Tengo una idea mejor.

—¿Y cuál es?

—Irnos a dormir.

Tomó el librillo y la cogió en brazos entre risas, subió con ella las escaleras y la soltó cuidadosamente frente a su puerta, le entregó el diario y le dio un beso de buenas noches en la frente. Estar con Yumi casi siempre le devolvía el buen humor.

El sol brillaba alto en el cielo cuando Jérémie cerró, satisfecho, el viejo portátil que usaba en Kadic para enlazar con Lyoko. Se frotó los ojos y se desperezó. Llevaba toda la noche trabajando y había merecido la pena. Ahora era más mayor y también más inteligente, era más eficiente con todo lo que tenía que ver con Lyoko. Se lo iba a poner muy difícil a X.A.N.A.

A través de la ventana entreabierta oía a sus amigos reír en el jardín, con alguna de las historias de Odd. A pesar del paso de los años las cosas no habían cambiado tanto, era algo tranquilizador, el lazo de Lyoko les había unido lo suficiente como para afrontar cualquier problema y seguir unidos. Y Sissi había resultado no ser tan molesta e insoportable como él la recordaba, tal vez era la influencia de Odd, tal vez el no sentirse sola. Fuera lo que fuera se había ganado su confianza.

Cogió un folio en blanco de la bandeja de la impresora y escribió varias cosas con su caligrafía cursiva y alargada, lo plegó cuidadosamente y lo guardó en el bolsillo de su camisa azul, y por último tomó el portátil nuevo. Bajó las escaleras, depositó el ordenador en la mesita frente al sofá y dispuso seis sillas frente a ella. Una vez hecho abrió la puerta acristalada que conectaba la cocina con el jardín y caminó hasta a sus amigos.

—Chicos, venid —pidió con una sonrisa—. Tengo que enseñaros algo.

El grupo le siguió al interior de la vivienda con aire expectante. El portátil de Jérémie estaba sobre la mesita, las sillas estaban dispuestas para que todos viesen bien. Odd, Ulrich, Aelita, Yumi y William tomaron asiento, Jérémie indicó a Sissi que se sentase también.

—Como bien recordáis el Skid fue destruido y era una herramienta imprescindible para trasladarnos a las replikas —dijo con aquel tono de sabelotodo tan característico—. William, dijiste que seguramente X.A.N.A. estaría atacando lejos de nosotros para evitar las vueltas al pasado. —Asintió con prudencia—. Le he estado dando vueltas… la posibilidad de que aparezcan nuevos superordenadores es muy alta, así que he reactivado los programas que usábamos.

Pulsó varias teclas a un ritmo frenético y sonrió satisfecho cuando se abrió la pantalla del escáner de replikas. En la pantalla parpadeó un punto rojo dentro del mar digital.

—Una replika. —Sonrió ante el horror de sus amigos—. X.A.N.A. vuelve a la carga.

—Mira Einstein, esto es tan raro como yo sacando matrículas de honor en el Kadic —farfulló Odd—. Dices que hay una replika, que X.A.N.A. vuelve a las andadas y estás aquí tan campante.

—Es que he logrado recuperar el Skid. —Se dio un golpecito en el pecho—. Y además he mejorado el programa para enviaros a las cercanías del superordenador, así X.A.N.A. no podrá interferir.

—Esa es una buena noticia —dijo Aelita echándose hacia delante para coger el portátil—. ¿Cuándo podremos destruirla?

Jérémie se puso en pie de un salto con una alegría inusitada.

—¿Qué os parece ahora mismo?

—¡Genial! —exclamó Odd.

—Me parece precipitado —protestó Yumi.

—¡No fastidies! ¡Tú no, Yumi! —Odd pareció deshincharse de golpe—. ¿Por qué me quitas la diversión?

—Haremos algunas pruebas… —Suspiró el genio—. Cuanto antes… lo destruyamos más seguros estaremos y…

William le revolvió el pelo a Yumi, con un gesto que la cabreaba y gustaba a partes iguales.

—¿A dónde ha ido tu espíritu aventurero?

—Está bien.

—¿Voy con vosotros? —preguntó Sissi.

—No, tengo una misión especial para ti. —Jérémie le tendió el papel bien doblado—. Eres la persona idónea para hacerlo.

Sissi enarcó una ceja al leerlo, se mordió la lengua para no protestar, menos era nada, al menos esa vez no quedaba al margen.

Los chicos usaron el túnel secreto que se escondía en L'Hermitage para llegar hasta la fábrica, Jérémie iba a la cabeza, sonriente, con su patinete y el resto como si fuese una procesión le seguían por las alcantarillas. El edificio ruinoso amplificaba el sonido de sus pasos, la puerta del ascensor cerrándose resonó como el rugido de una bestia mecánica. Jérémie se quedó en la sala del ordenador, donde la luz se encendió automáticamente al entrar, al sentarse la silla, esta se desplazó hasta quedar frente a las pantallas y el teclado.

—¿Preparados? —preguntó viendo a sus compañeros en la sala de los escáneres a través de las cámaras de seguridad—. Transmitir Ulrich, transmitir Aelita, transmitir Yumi. Escanear Ulrich, escanear Aelita, escanear Yumi. ¡Virtualización!

El bosque les acogió entre sus altos árboles de copas invisibles, vegetación irregular, grandes rocas, lagos y estrechos corredores. Odd y William se virtualizaron delante de ellos.

Se miraron entre ellos notando los evidentes cambios.

—¿Qué le ha pasado a nuestra ropa? —William expresó en voz alta la pregunta que estaba en la mente de todos.

Aelita llevaba una camisola rosa con ribetes color blanco verticalmente en el pecho, en los márgenes de las mangas, el cuello y la parte baja, ceñida a su cintura con una tira ancha de tela color chocolate anudada con una lazada. En su espalda, dibujadas sobre la tela, las alas de aspecto esponjoso se abrían. Un pantalón corto holgado también rosa hasta medio muslo, rematado en blanco. Sus piernas cubiertas con unas calzas color crema y unos elegantes botines rosa cerrados con cordones marrones. Desde la muñeca hasta un poco por encima del codo, unos manguitos a juego con las calzas decorados con estrellas, pulseras y el falso reloj que escondía sus alas.

El aspecto felino de Odd permanecía intacto. Las orejas de gato de color lila sobresalían entre su pelo rubio de peinado imposible. Su cuerpo estaba cubierto por un traje completo y ceñido de color fucsia, sobre el que llevaba un chaleco holgado morado, cerrado desde el cuello hasta la mitad del pecho, con una ancha cremallera amarilla cuyo tirador era una chapa con la imagen de Kiwi. Los guantes con garras eran anchos y macizos, llegaban hasta el codo rematados con lo que simulaba ser pelo de gato, suave y esponjoso. Un pantalón tipo pirata, también morado, cubría sus piernas. Y los botines bajos presentaban la misma peculiaridad que los guantes. Su cola se agitaba con gracia a su espalda al ritmo de sus pensamientos.

William había pasado del look cibernético a uno más punk. Una ajustada camiseta blanca sin mangas y rasgada cubría su torso, algunos imperdibles parecían mantener la integridad de la pieza. Los guantes negros que simulaban cuero llegaban hasta sus codos, seis correas los mantenían sujetos, en el dorso de las manos sobresalía una protección metálica con varios pinchos plateados decorándolas. Los pantalones azul oscuro lucían cremalleras horizontales y verticales sobre los muslos y tres cinturones rodeaban sus rodillas. Las botas altas tipo corsario cubrían los bajos del pantalón hasta la mitad de sus pantorrillas.

Ulrich recuperaba su aspecto de feroz samurai, con un kimono anaranjado corto hasta media pierna y sin mangas; abierto sobre el pecho dejando ver, la versión virtual, de sus musculosos pectorales y un vendaje blanco desde la cintura hasta las costillas. Sobre la tela del kimono las olas golpeaban las rocas de un barranco, en su espalda la máscara de hannya sonreía burlonamente. El fino obi verde mantenía bien sujeto el kimono y de él pendían dos wakizashi. Llevaba unos pantalones a medio camino entre un hakama y uno occidental de color marrón oscuro, en cuyo tramo inferior, desde la mitad de la pantorrilla, se enredaban las cintas de sujeción de las waraji, sobre estas sus pies cubiertos por los tabi. Sus brazos cubiertos por unos altos guantes negros en los que dos dragones dorados surcaban el cielo sobre el mar.

Yumi volvía a lucir un kimono negro y rojo con sakuras y koi estampados. Las mangas largas y anchas caían con gracia sobre sus muñecas rematadas por largas cintas rojas y negras, tapando el inicio de unos guantes negros sin dedos en los que dos dragones plateados volaban entre montañas. El obi amarillo se ceñía a su estrecha cintura adornado con un obijime rojo del que prendía una sakura tallada en madera. El kimono se abría a ambos lados muriendo a mitad de sus muslos, dejando sus piernas, cubiertas por los leotardos rojos, completamente al descubierto. Sus botas negras eran desiguales, la izquierda llegaba por encima de la rodilla y la derecha quedaba por debajo de esta, ambas estaban ceñidas a sus tobillos por un cordón rojo sangre. Su pelo largo quedaba recogido por palillos en su nuca y dos mechones largos y lisos caían enmarcando su rostro maquillado con blanco mate, rubor rosado y carmín en los labios.

Odd sonrió, Ulrich y Yumi iban más a conjunto que nunca.

—He hecho algunos cambios a vuestros atuendos, creo que las mallas ya no están de moda.

—¿Pasadas de moda? —Odd se rió con ganas—. Me gusta lo del cambio, así Ulrich no se distraerá.

—¿De qué hablas? —gruñó— ¿Con qué se supone que me distraigo?

—¿De verdad quieres que lo diga en voz alta, amigo?

El samurai agitó la mano silenciando a Odd, no era una buena idea que dijera lo que le estaba pasando por la cabeza, por más que fuese cierto.

—Id hasta el final del sector, al norte.

—Podrías habernos virtualizado directamente en el sector cinco, ¿no? —dijo Odd corriendo.

—No vais al sector cinco.

Llegaron al final de la plataforma donde se alzaba la última torre del bosque, su aura era verde en vez de azul. La controlaba Jérémie.

—¿Estáis listos? —dijo tecleando—. Ahí va. Cargando Skidbladnir.

El imponente submarino virtual apareció anclado a la torre verde. Una suave brisa les levantó del suelo y en un instante estaban instalados dentro de la nave. Aelita soltó las amarras y el Skid se sumergió en el mar digital para adentrarse en la red. Aquel aspecto de ciudad submarina, la atmósfera mágica que desprendía parecía sacada de una película de ciencia ficción.

—Os mando las coordenadas —pronunció Jérémie—. No hay ni rastro de X.A.N.A.

—¿Estará echando la siesta?

—No creo que nos esperase tan pronto, Odd.

X.A.N.A. le observó con precaución surcando la red, iban derechos a su copia de Lyoko. ¿Cómo podía, Jérémie, considerarle tan poco inteligente? X.A.N.A. siempre aprendía algo de sus ataques y por supuesto había reforzado su ejército. Les permitió la entrada, les dejó anclar el Skid y vio, con satisfacción, como desembarcaban.

Jérémie respiró aliviado, todo iba como una seda, aunque le preocupaba que su enemigo no hubiese lanzado ningún ataque, ni en Lyoko ni en la red, debía confiar en su teoría de que no les esperaba. Se trataba de una réplica del sector de las montañas con todos sus detalles. El Skid quedó bien anclado a la torre recién controlada por Jérémie y los muchachos desembarcaron. Odd se desperezó e hizo varios estiramientos.

—Bien chicos, escuchadme atentamente. A parte de vuestros atuendos he ampliado el tiempo que podéis usar vuestras habilidades, la telequinesia, la triplicación y tus alas, Aelita —explicó con voz firme—. Odd también he recuperado tus visiones y os he añadido algunas habilidades nuevas —dijo Jérémie satisfecho—. Menos a ti, William…

—Podrías dar al menos una excusa, ¿no?

—No es que no quiera… es que no puedo acceder a tu código virtual.

—¿X.A.N.A.? —preguntó Aelita.

—Es lo más probable —admitió—. ¡Oh, no! Hablando de X.A.N.A., se os acercan dos bloques y… ¿Qué es eso?

Desplegaron sus armas sin necesidad de más explicaciones, dentro del peligroso mundo virtual tenían que funcionar como los engranajes de una máquina perfectamente engrasada. Proteger a Aelita, hallar la torre activada, si la había, evitar por todos los medios caer al mar digital y destruir a todos los monstruos de X.A.N.A.

—¡Flechas láser! —exclamó lanzando una ráfaga de cuatro flechas contra los bloques eliminando a uno sin problemas— ¡Toma ya!

—¡Bola de energía!

El segundo bloque estalló. La oposición de X.A.N.A. era muy débil ¿por qué? William, Ulrich y Yumi permanecían atentos a la otra amenaza que había mencionado Jérémie pero no se veía nada.

—¡William detrás de ti! —gritó desde la fábrica.

—¿Qué…?

Un potente láser impactó en su pecho lanzándole contra una roca a varios metros de distancia.

—¡Díos mío! Has perdido ochenta puntos con un solo impacto. ¿Qué es eso?

—Una serpiente feísima —contestó Ulrich esquivando al monstruo.

—¡Eso ha dolido! —chilló William levantándole a trompicones.

El monstruo, una serpiente azul con el vientre blanco, reptaba veloz sobre el terreno rocoso del sector de las montañas. Sus fauces abiertas se dirigían imparables hacia las piernas de Aelita, Odd, sin pararse a pensar demasiado, se interpuso recibiendo un mordisco en la pierna derecha.

—¡Oh, no, Odd! Estás perdiendo puntos a toda velocidad.

Ulrich saltó hacia delante y atravesó el vientre del reptil con una de sus katanas, pero el monstruo pareció no inmutarse, entonces Yumi lanzó uno de sus abanicos rajando el símbolo de X.A.N.A. en su cabeza. Abrió la boca soltando la pierna de Odd, se tambaleó y estalló.

—¡Duele, duele, duele, duele! —gimoteó el rubio sujetándose la pierna.

—No puede doleros, sois avatares virtuales, no tenéis sistema nervioso.

—¡Pues duele que no veas!

—¿Quieres venir y comprobar si duele? —preguntó William ganando un gesto de aprobación de Odd.

—Ah… Ulrich, Yumi y William os trasladaré a la ubicación del superordenador. —Tecleó y se subió las gafas—. Odd, tú protege a Aelita.

Los tres se desvanecieron de la réplica de Lyoko y aparecieron al borde de un precipicio, el mar azotaba las rocas con fuerza bajo sus pies y la espesa vegetación los envolvía como una manta verde. Era un lugar peculiar. Había una valla metálica que parecía cortar el acceso a alguna fábrica o recinto militar.

—¿Dónde estamos? —preguntó Ulrich analizando su entorno.

—En la Cochinchina —respondió Jérémie.

—Basta con que digas que no tienes ni idea. —Se rió William.

—¿Estamos en Vietnam? —Yumi miró a su alrededor emocionada.

—Exactamente, Yumi. Me alegro de que al menos tú estudiases en el Kadic —dijo con humor.

Se puso tensa, y eso no les pasó desapercibido a ninguno de sus dos compañeros, se encogieron de hombros.

—Lo estudié en Kyoto —farfulló.

William silbó rascándose la nuca.

—No estás de humor, ¿eh?

—Cállate William.

—¿Hacia adonde tenemos que ir? —preguntó Ulrich por cambiar de tema y relajar la tensión.

Jérémie tecleó con suavidad mientras los chicos analizaban las cercanías.

—Al este, por el puente.

—Oh no…

Ulrich sintió que de haber podido habría palidecido como la cera, al ver el puente de cuerda, a unos treinta metros de altura, que parecía a punto de caer.

—¿Aún tienes vértigo? —preguntó William sin rastro de burla en su voz.

—No mires abajo —dijo Jérémie—. Vamos Ulrich, si te caes no te pasará nada.

—Eso no me ayuda.

—Respira hondo y relájate. —La voz dulce de Yumi atrapó su atención.

—No es por presionaros… pero el tiempo corre.

—¿Le dejamos aquí? —William puso los brazos en jarra.

—Will ve delante —dijo Yumi, él se encogió de hombros e inició su travesía hasta el otro lado—. Ulrich, mírame. —Obedeció, ella le cogió ambas manos y comenzó a caminar hacia atrás arrastrándole consigo—. Dime… ¿por qué elegiste las artes marciales antes que el futbol? Eras muy bueno.

—No quería irme de aquí —susurró inmerso en su mirada.

—¿Por algún motivo concreto?

—Creí que…

—Mírame —ordenó al ver que estaba a punto de bajar la vista.

—Esperaba que volvieras. —Se habría sonrojado de no haber sido un polimorfo.

Ulrich apretó con más fuerza sus manos consciente de lo que estaba diciendo.

—Que te lo pensases mejor y regresaras…

—¿Por eso has estado cinco años sin llamarme ni mandarme un mensaje?

—Quise… quise hacerlo pero no sabía que decir.

—Podrías haber dicho algo de lo que… pasó en el aeropuerto. Esperé que lo hicieras —dijo avergonzada con sinceridad. Le soltó las manos y caminó normal—. Ya hemos llegado al otro lado.

William les esperaba unos metros más adelante, apoyado en un árbol retorcido, fruncía el ceño; ahí estaba otra vez la extraña intimidad entre Ulrich y Yumi, en la que una simple mirada se convertía en toda una declaración de intenciones.

—También podrías haberlo hecho tú —replicó el samurai.

—Pensé que había metido la pata.

—¡Eh! —William invocó su espada que apareció en su mano derecha—. Hay prisa, ¿recordáis?

Continuará

Nota: La Cochinchina existe aunque su nombre suene ridículo, buscadla en un atlas si no me creéis, está en la zona meridional de Vietnam, justo al sur de Camboya, en el delta del Mekong.
Aclaraciones:

Hakama: pantalón largo con pliegues, cinco en la parte delantera y dos en la trasera, en la época medieval lo usaban los nobles y los samurai, a partir del periodo Edo (1603-1868) su uso se extendió también a las mujeres.
Hannya: en el folclore japonés el Hannya es un demonio surgido de los celos desatados de una mujer.
Koi: es un tipo de carpa de estanque japonesa.
Mes dos día veintiséis: es el equivalente al día 23 de febrero; he mantenido el formato japonés ya que, el diario está escrito en este idioma. "Nigatsu ni jû roku nichi": nigatsu= ni: dos, gatsu: mes; ni jû roku: veintiséis, nichi: día.
Obi: faja que mantiene sujeto el kimono, el obi femenino es ancho, desde debajo del pecho hasta la cadera; el masculino es estrecho, como el cinturón de los kimono de artes marciales.
Obijime: cordón decorativo que se emplea principalmente para mantener bien firme el nudo del obi, acostumbra a ser de colores vivos.
Sakura: flor del cerezo japonés.
Tabi: calcetín para llevar con las geta u okobo, se caracterizan por mantener el dedo pulgar separado del resto.
Verein für Bewegungsspiele Stuttgart: también conocido como VfB Stuttgart 1893 e. V., es un equipo de futbol de la 1. Bundesliga (primera división), pertenece a la ciudad de Stuttgart, es un equipo importante quedó sexto en la última liga alemana.
Wakizashi: o shôtô, es una espada corta de entre 30 y 60 centímetros. Su filo es más delgado que el de la katana y es usada comúnmente como espada de defensa. Antiguamente los samurai la llevaban junto a su katana, el conjunto era conocido como daishô (la larga y la corta).

Escrito el 24 de agosto de 2010

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