jueves, 19 de agosto de 2010

25M III.- Resfriado



Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

III.- Resfriado

Dos días atrás a Odd se le había ocurrido la fantástica idea de lanzarle un cubo de agua helada por encima. Si lo hubiese hecho en verano… bueno, no le habría importado tanto, pero era pleno invierno, hacía un frío de narices y de noche helaba.

Moqueaba. Tenía fiebre. Le dolía la cabeza y el pecho. Empezaba a pensar que iba a morirse.

Encima tenía un examen de mates. Adiós al plan de quedarse en la camita durmiendo. Le quedaba el consuelo de saber que aquella misma noche iba a cenar con Yumi, le diría que la quería, y después, si todo iba bien, podría morir feliz.

La señora Meyer le miró enarcando una ceja, no era de extrañar, estaba con el abrigo y la bufanda puestos dentro de la clase. El blanco del papel le dañaba los ojos como si fuese amarillo fosforito y el bolígrafo pesaba una tonelada en su mano. Entonces tuvo una sensación muy rara, como si el mundo hubiese girado bruscamente y la gravedad se hubiera invertido, después nada.

Odd, Jérémie y Aelita saltaron de sus sillas al ver a Ulrich caer al suelo. El aula se llenó de exclamaciones, susurros y sorpresa. La señora Meyer corrió hasta él, le puso la mano en la frente y ahogó un grito.

—¡Sissi! Ve a buscar a Jim y a Yolande —ordenó al borde de la histeria—. Todos los demás salid al patio. ¡Ya!

Los alumnos obedecieron sin rechistar, menos la pandilla que permanecía arrodilla junto a su amigo.

—Vosotros también —graznó la profesora.

—Pero…

—¡Fuera!

No les quedó más remedio que salir. Jim y Yolande entraron en estampida en la clase y a los pocos minutos, un pálido Jim, salió manteniendo una conversación telefónica con el hospital. Pedía una ambulancia.

Aelita corrió hasta la clase de Yumi, llamó su atención desde la ventana, la vio levantarse, disculparse y desaparecer detrás de la puerta. Se le acercó corriendo.

—¿Qué pasa? Creía que teníais un examen.

—Yumi —dijo mientras sus ojos se inundaban—. Es Ulrich… se lo lleva una ambulancia.

—¿Q-qué?

Sintió que se le helaba la sangre en las venas. Arrastró a Aelita hasta la parte delantera del Kadic, donde la ambulancia esperaba con las puertas abiertas. Le llevaban en la camilla, con una mascarilla y un gotero en el brazo, se le encogió el corazón. Fue hasta a allí nerviosa, Jean-Pierre Delmas le miró severamente.

—Me da igual lo que diga, señor. Voy a ir con él.

—Está bien —cedió con una facilidad sorprendente.

Ella subió a la ambulancia, el director les siguió en su coche gris oscuro. Las urgencias estaban colapsadas y el señor Delmas se alegró de que la muchacha hubiese ido. Mientras Yumi esperaba, junto a la camilla de Ulrich, en uno de los pasillos, él probó, cientos de veces, contactar con los señores Stern. Acabó rindiéndose, o estaban sordos o no querían contestar.

Dos horas después, el médico se lo llevó, le examinó y le ingresó. Tenía una pulmonía, pero se pondría bien. Un par de días en el hospital y a casa a descansar. Yumi se sintió tan aliviada como si le hubiesen quitado doscientos kilos de encima.

Empezaba a atardecer, y a Delmas no le quedó más remedio que marcharse, no sin que antes ella le prometiera seguir intentando ponerse en contacto con los padres de Ulrich y que le llamaría si había algún cambio.

Yumi probó suerte otro centenar de veces y llegó al punto de pensar que la ignoraban deliberadamente, era imposible que nadie contestase al teléfono durante nueve horas, aún más teniendo en cuenta que era el teléfono personal del señor Stern y siempre lo llevaba encima. Decidió hacer un último intento antes de darse por vencida, al fin obtuvo respuesta.

—¿Diga?

Se quedó helada al reconocer la severa voz del padre de Ulrich, pero se había comprometido a hacerlo, así que se armó de valor.

—Señor Stern —titubeó—. Soy Yumi Ishiyama, una amiga de su hijo.

—¿Qué quieres?

—Ah… no sé si habrá tenido oportunidad de escuchar sus mensajes. Verá… —Se sentía intimidada y eso que no lo tenía delante—. Es que Ulrich… está en el hospital.

—¿Qué le pasa? —El señor Stern mantenía el tono severo e indiferente— ¿Es grave?

—Se desmayó en clase, tenía mucha fiebre y… es una pulmonía. Se pondrá bien, pero le convendría tener compañía cuando despierte.

—Tengo mucho trabajo y mi hijo tiene una salud de hierro, no se morirá por una pulmonía —replicó impasible—. Puede esperar a mañana. Adiós señorita Ishiyama.

—¡Oiga!

Al otro lado solo oyó el tono intermitente de final de llamada. Lanzó un bufido totalmente fuera de sus casillas, no le extrañaba que Ulrich se cabrease con solo nombrarle. Menudo hombre más insensible, al menos podría haberle dado el teléfono de su mujer, quizás ella si querría ir. Era una suerte que Ulrich no se le pareciese, porque de lo contrario le hubiesen dado ganas de estrangularle.

Volvió a entrar en el hospital y se encaminó hacia la habitación de Ulrich, no quería que se encontrase solo al despertar. La luz del fluorescente daba un tono blanquecino al lugar. Tomó asiento en la incomodísima butaca reclinable de color gris, junto a la ventana, a escasos centímetros de los pies de la cama.

Le observó largo rato, con la máscara de oxígeno de color azul puesta. Su pecho subía y bajaba a un ritmo regular, pero menos profundo de lo que sería normal teniendo en cuenta que dormía. Con ello sólo consiguió ponerse nerviosa, así que bajó a la velocidad de la luz al kiosco de la entrada y se compró un libro. Si no se hubiese dejado la mochila en clase podría haber hecho los deberes.

Se abstrajo tanto como pudo, sin poder evitar sobresaltarse cada vez que tosía o le oía moverse.

—¿Dónde estoy? —preguntó con voz ronca y pastosa.

—¡Ulrich!

Saltó de la butaca lanzando el libro al suelo y se abalanzó hacia la cama con los ojos brillantes.

—Estás en el hospital. Te desmayaste en clase. —Alzó la mano con la intención de acariciarle la mejilla pero se detuvo a medio camino, y finalmente la apoyó en la almohada—. ¿Cómo te encuentras?

—Un poco mareado. —La miró adormilado y se percató de que ya había anochecido, las estrellas brillaban detrás de Yumi—. ¿Qué hora es?

—Las diez.

—¡Oh no! La cena…

Yumi le sonrió y esta vez sí acarició su mejilla con los dedos.

—No te preocupes por eso. Lo importante es que estés bien.

—Pero yo… te-tenía pensado decirte que yo… que tú… que te… —se sonrojó tanto que pareció que le había vuelto a subir la fiebre—. Algo importante…

—¿Cómo está mi amigo el moribundo?

—¡Odd! —protestaron Jérémie y Aelita entrando en la habitación.

Yumi se apartó de la cama como si estuviera en llamas.

—Creo que viviré un poco más —replicó con humor.

—No sabes lo que nos ha costado convencer a Jim para que nos dejase venir.

Ulrich se bajó la mascarilla y esbozó un intento de sonrisa. Yumi puso los ojos en blanco y volvió a colocársela.

—No puedo hablar con eso puesto —se quejó.

—Y si te la quitas no puedes respirar.

—¿Sabéis? —dijo Odd levantando un dedo—. Parece que llevéis casados cincuenta años.

Aelita y Jérémie se rieron al verlos tan sonrojados y Odd adoptó una de sus poses de victoria. Jérémie le entregó su mochila a Yumi, William se había asegurado de recoger todas sus cosas y dárselas personalmente a la pandilla. Ella aprovechó la presencia de sus amigos para escabullirse y poner al corriente al director del estado de Ulrich y, a regañadientes, de su desagradable conversación con el señor Stern. Volvió rápidamente.

En la puerta Jim cruzó los brazos sobre el pecho y les dirigió una mirada severa, no pensaba dejar que se olvidaran de su presencia y que, de ser necesario, les llevaría de la oreja hasta la escuela. Pese a su seriedad estaba contento de ver que la estrella de su equipo de futbol y de las artes marciales estaba bien y no tardaría en recuperarse. La iniciativa de aquella visita había sido cosa suya y si el director se enterase estaba convencido de que le despediría.

Odd le relató, con pelos y señales, el último show de Sissi, tan ridículo y divertido como casi siempre. Se había pavoneado frente a Théo e intentado dejar en evidencia a la pequeña Milly, y por lo que él llamaba "justicia fulminante", la señorita Sissi Delmas había pisado una piel de plátano, aparecida de la nada, y por tanto rodado por el suelo estrepitosamente arrancando las risas de todos. Cabe decir que la piel la había tirado Odd, aunque no fue a propósito.

No protestaron cuando el profesor les exigió que salieran para regresar a Kadic, el grandullón tenía su corazoncito y se la había jugado por ellos, una vez más.

Con la marcha de los chicos las risas cesaron y el silencio inundó la habitación. Ulrich se preguntó cuánto tardaría Yumi en irse, cuando lo hiciera se quedaría solo. La simple idea le dejó desolado. Ella le miraba fijamente desde la butaca, con cara de preocupación, trató de sonreír para tranquilizarla pero no lo logró.

—¿Mi padre sabe que estoy aquí?

Yumi se retorció los dedos nerviosa.

—He hablado con él… antes —admitió—. Ha dicho que vendrá pronto.

—Ha dicho que no voy a morirme y que vendrá cuando no tenga trabajo, ¿verdad?

Suspiró cerrando los ojos, era inútil mentirle.

—Sí…

—No importa —dijo bajándose la máscara de oxígeno—. Siempre es igual.

—¡Oye! La enfermera ha dicho que no te la quites —espetó levantándose y recolocándosela—. Se un buen paciente.

—Puedo… ¿pedirte un favor? —Yumi asintió—. ¿Te importa llamar a mi madre?

—Si me das su número lo haré encantada.

Marcó el teléfono en el móvil de Yumi y ella salió fuera, a la zona donde lo podía usar. Le dio al botón de llamada, la señora Stern contestó al primer tono.

—¿Sí? —Su voz era menos intimidante que la de su marido, pero la dejó igualmente bloqueada—. ¿Quién es?

—Ah… señora Stern, soy Yumi Ishiyama, una de las amigas de su hijo. Verá… le llamo por que…

—Mi marido ya me ha comentado que está resfriado.

—¿Resfriado? —preguntó aturdida.

—Bueno, querida, todos nos resfriamos, no es motivo para asustar a nadie.

Yumi apretó el móvil con rabia, haciendo crujir la carcasa del mismo.

—¡No está resfriado! —gritó ganando las protestas de la gente de la sala de espera. Carraspeó disculpándose con la mano—. Está en el hospital. Tiene una pulmonía.

—Si fuera grave, el señor Delmas, nos habría llamado.

Quiso gritar y zarandearla hasta dejarla molida y doblada en el suelo suplicando para ver a su hijo. Esos dos la sacaban de sus casillas, parecía que vivían en un universo a parte del resto de la humanidad.

—Y lo ha hecho —dijo con frialdad conteniendo su rabia—. Pero no les ha localizado. Ulrich me ha pedido que la llamase.

—¿Por qué no me ha llamado él?

—Por que le cuesta hablar y en la habitación no se puede usar el móvil.

—Bueno, querida, tengo que acabar de limpiar la cocina, si no tienes nada más que decir. Dale un beso de mi parte a Ulrich.

Yumi se encontró de nuevo escuchando el pitido intermitente de final de llamada. ¿La cocina? ¿Iba en serio? Frunció el ceño y apretó los dientes, salió a la calle pisando el suelo con tanta rabia que podría haber roto las baldosas. La puerta automática de urgencias se cerró a sus espaldas, un taxi se detuvo a unos metros de ella, la gente iba y venía, y ella gritó exasperada soltando toda la frustración acumulada, todas las miradas se clavaron en ella. Respiró hondo un par de veces y volvió a entrar en el hospital ignorando deliberadamente las miradas interrogativas de los que la habían oído gritar. Le habían hecho perder la calma, y eso no era algo que pasase fácilmente.

¿Qué demonios pasaba con los adultos de la familia Stern? ¿No tenían sentimientos? ¿Les importaba todo una mierda? Más le valía a Ulrich no acabar siendo como ellos o iba a estrangularle, en serio.

Él le sonrió desde la cama y ella se sintió fatal y conmovida a partes iguales.

—¿Has hablado con ella?

—Ah…

—Ya… —murmuró—. Gracias por intentarlo.

—Lo siento —dijo agachando la cabeza.

—No es tu culpa. —Llevó la mano hasta la mascarilla moviéndola, Yumi le miró mal, automáticamente la volvió a dejar en su lugar—. Ya ves, estamos nominados a la familia más feliz y unida del mundo.

Ella agachó la cabeza y su melena azabache impidió que Ulrich viera que se le habían llenado los ojos de lágrimas. Aquella situación era cruel, violenta y odiosa. Le hacía plantearse muchas cosas y ninguna de ellas era demasiado buena.

—Siempre tendrás sitio en la mía —susurró.

—Tendrás que enseñarme a comer con palillos —bromeó.

Yumi se rió, parpadeó varias veces para disipar las lágrimas antes de mirarle.

—Debería marcharme ya.

—¿Ya te vas? —preguntó con una mueca de disgusto.

—Es la una de la madrugada, ojala pudiera quedarme.

—Claro… —refunfuñó.

—Descansa, volveré por la mañana.

Ulrich cerró los ojos y frunció el ceño. Iba a pasar la noche solo en la cama de un hospital, un plan excelente. Se bajó la mascarilla pensando en algo profundo que decirle.

Quizás fuese por tener los ojos cerrados, quizás por lo impensable del gesto, pero no lo vio venir. Yumi le dio un suave beso en los labios, antes de volver a acomodarle la mascarilla.

—Yu-Yu… Yumi. —Se sonrojó hasta las orejas.

—Buenas noches, Ulrich.

La vio coger sus cosas, acercarse a la puerta y despedirse moviendo la mano. La puerta se cerró chirriando como si estuviera triste. Sacó todo el aire de sus pulmones y tosió ruidosamente, "mala idea" se repitió varías veces cuando la habitación dio vueltas a su alrededor y sus oídos pitaron ruidosamente.

No era justo. Sus padres deberían de haber estado ahí a su lado, cuidándole o al menos haciéndole compañía. Envidiaba a sus amigos y sus familias felices. No sabía como Aelita sobrellevaba la ausencia de sus padres, a ella también la envidiaba.

Un chirrido resonó en la habitación, abrió los ojos y allí volvía a estar Yumi, de pie en el dintel de la puerta, con su ropa negra y sus ojos brillantes. Se sintió tentado de mirar por la ventana y comprobar la hora, pero estaba seguro de que no había pasado más de diez minutos desde que se había ido.

—Si que ha amanecido rápido —optó por decir.

—He sobornado a la enfermera para que deje que me quede.

—¿Y tus padres?

—No hay problema. —Sonrió—. Mi padre está de viaje y mi madre te manda saludos.

—Gracias —dijo bajándose la mascarilla.

Yumi suspiró y se la recolocó.

—Si vuelves a quitártela te la grapo a la nariz, ¿queda claro?

—Cristalino.

La conocía lo suficientemente bien como para saber que sería capaz de hacerlo sin parpadear ni perder la sonrisa.

—Y-Yumi… y-yo, tú y yo… nosotros…

—Déjalo estar —dijo con media sonrisa—. Ya me lo dirás cuando salgas de aquí y parezcas un poco menos…

—¿Moribundo?

—Eso —contestó riendo.

Ulrich miró, enarcando una ceja, como Yumi empujaba la butaca y la colocaba entre la pared y la cama, al lado contrario de donde estaban el gotero y el resto de chismes médicos. Tiró de la palanca para ponerla en posición horizontal, como si fuera una cama de lo más incómoda, y se tumbó como pudo.

—¿Qué haces?

—Así si necesitas algo sólo tienes que bajar la mano y despertarme —dijo como si fuera lo más evidente del mundo.

La butaca quedaba más baja que la cama, así que en cuanto Yumi apoyó la cabeza en ella dejó de verla. Tenerla ahí, al lado, sin poder verla, tan cerca, después de lo que acababa de pasar y en esas circunstancias… Ahogó un suspiro. Bajó la mano con la palma hacia arriba, escuchó a Yumi moverse y al instante el cálido contacto de su mano sujetando con firmeza la suya.

Ambos durmieron, todo lo que se puede dormir en un hospital con enfermeras entrando y saliendo constantemente, en la posición más incómoda del mundo pero sintiéndose como si estuvieran en el lugar más agradable del planeta.

Fin
Escrito el 18 de agosto de 2010

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