lunes, 7 de septiembre de 2009

DAF Capitulo 02.- Descubre lo que quieres


Capítulo 02.- Descubre lo que quieres

Los primeros días pasaron veloces, el ambiente era bueno y el ser una novedad para sus compañeros era más positivo que molesto. La gente tendía a ser más amable de lo necesario, incluidos algunos profesores.

Esas dos primeras semanas descubrió también que algunos la odiaban sin conocerla, el caso más molesto era el de una de las profesoras, una tal María Teresa, le daba la clase de lengua castellana y también la de literatura española. Esa mujer no se esforzaba lo más mínimo en disimular su odio hacia ella. Si bien en un principio se sorprendió, después entendió que había provocado aquello. La profesora era estúpida, pero en el sentido de que no era ni inteligente ni muy culta, además de prepotente y muy poco humilde, se creía siempre en posesión de la verdad. Lástima que ya fuese tarde para remediarlo, tendría que sobrevivir a ella.

Al menos tenía el consuelo de que su profesor de historia era de lo más interesante y siempre se divertía en sus clases.

—¡Berta! —Mayka se incorporó de la silla haciéndole señas— te he guardado sitio.

—Gracias —musitó acomodándose—, creía que no llegaba…

—¿El accidente?

La pelirroja sonrió cansada. A las seis de la mañana había volcado un remolque cargado de grava en mitad de paseo de Gracia y eso había provocado un choque en cadena de hasta 10 coches, debido a eso la mitad de las calles cercanas estaban colapsadas y la policía impedía el paso a todos los que no tuviesen que entrar o salir de sus casas o negocios.

—Sí… la mitad de las calles están cortadas —suspiró apoyando la barbilla en la mesa— he tenido que dar un rodeo y casi me pierdo.

—Necesitas una guía turística —exclamó emocionada.

—Creo que sí —rió divertida.

—Respira tranquila, la de inglés aún no ha llegado, puede que no llegue.

Miró al frente y cerró los ojos respirando hondo, tanto correr para nada… en fin, disfrutaría de una hora libre y conocería un poco más a sus compañeros, o al menos a su nueva amiga.

—Berta ¿puedo preguntarte algo? —asintió devolviéndole la mirada— ¿cómo es que has cambiado de instituto el último año?

—Ah… pues verás, a mi padre le ofrecieron un traslado y mi madre quiso venir aquí por todos los medios, así que no me quedó más remedio que mudarme con ellos —suspiró, su madre era muy caprichosa—. Como mi hermano vino para estudiar medicina aquí, ha sido como una gran reunión familiar de esas de las pelis hollywoodienses…

—Estarás contenta entonces —sonrió.

—No exactamente, si te soy sincera preferiría haberme quedado allí, al menos ya conocía a la gente y los profesores, hubiese sido más cómodo.

Se sorprendió de la facilidad con la que había dicho eso que sabía que no era cierto, había deseado huir de su ciudad cuando todo aquello comenzó, pero sí que era cierto que no querría haber acabado tan lejos, con un cambio de instituto le habría bastado.

—Ya… míralo por el lado bueno —dijo alzando un dedo— ¡Aquí puedes ver el mar!

—Un buen punto de vista, el mar es ideal para borrar todo aquello que te angustia —pronunció una voz masculina, ambas giraron a verle—. Buenos días, la profesora de inglés…

—La sargento Font —exclamó uno de los chicos entre risas.

—¿Así la llamáis? —sonrió con complicidad—. Pues la sargento Font no ha llegado aún, estará en el atasco o haciendo desfilar a los soldados, la cuestión es que os toca soportarme dos horas seguidas.

—Señor Sallà —alzó la mano Mayka.

—Nada de ‘señor Sallà’, llamadme Pau.

—Pau ¿haremos dos horas de historia?

—He pensado que podríamos hacer algo así, pero no temáis no serán dos horas de silla, libro y apuntes.

Sonrió divertido y el murmullo se adueñó de la clase. Les hizo ponerse en pie y seguirle, la puerta de entrada y la verja se abrieron en exclusiva para ellos, los estaba sacando del instituto y no sabían a donde iban. Caminaron a penas diez minutos, se encontraban frente a la catedral gótica de Barcelona, se miraron entre ellos y los murmullos empezaron de nuevo.

—Bien, chicos, estamos en una ciudad llena de historia y no sólo se aprende de los libros, mirad esta maravilla, ha sobrevivido a una infinidad de duras pruebas y se alza orgullosa y majestuosa dispuesta a enseñarnos todo lo que deseemos escuchar.

—Profe, pareces un colgado —dijo con burla un chico moreno que Berta identificó como Marcos, el graciosillo de la clase— los edificios no hablan.

—Quizás es que tu mente está demasiado cerrada para oír —replicó el profesor.

—Eso es una gilipollez —volvió a decir.

—No se refiere a que hable literalmente —dijo Berta— si no que si prestas la suficiente atención y observas con detenimiento puedes hacerte una idea de lo que ha pasado.

—Que aburrido…

—Todo depende de cómo lo mires —sonrió el profesor—. Pasando a otro tema, quiero que observéis los que os rodea, elegid alguna construcción de las que hay por aquí aquella que llame vuestra atención, da igual si es un edificio moderno o arquitectura gótica, incluso uno de esos bancos de piedra…

Hizo una pausa para recrearse con el sentimiento de incertidumbre de las caras de sus alumnos.

—Quiero que me contéis su historia, sin acudir a una biblioteca o a Internet, con quince líneas me basta, lo importante es que aprendáis a mirar con otros ojos. Dentro de una hora y media os quiero a todos aquí.

Los jóvenes se dispersaron por los alrededores con la certeza de que su profesor estaba como una cabra o se había fumado alguna sustancia ilegal. Mayka y Berta miraron a su alrededor en busca de algo que llamase su atención, la mayoría se habían ido a aquello que conocían a la perfección, la catedral. La pelirroja fijó su vista en la calle estrecha a la derecha de la catedral, hizo un gesto a su compañera y se encaminó decidida a investigar lo que allí hubiese.

Se concentró en su labor, al final de la calle veía la plaça de Sant Jaume. Observó las construcciones con detenimiento

—No es una buena idea que vayas sola por esta calle.

—¿Qué…? —su voz se atascó en su garganta.

—¿Ves a aquel grupito de allí? —ella asintió—, pues esperan a que te despistes para llevarse cualquier cosa que lleves encima.

—No sabía que hubiesen carteristas…

—Dónde hay turistas hay carteristas, es ley de vida.

—Creo que no me acostumbraré nunca… —suspiró.

—Gracias por echarme una mano antes.

—No hay de que —sonrió—. Creo que ha sido demasiado poético para sus neuronas…

—Señorita Mas, creo que lleváis toda la razón.

Observó esa sonrisa de niño travieso mientras su corazón martilleaba con fuerza en su pecho, se sonrojó sin saber muy bien si era por su profesor o por sentirse tonta con los desbocados latidos de su corazón.

—Señ… —negó con el dedo ante sus ojos antes de que acabase de hablar—. Ah… Pau, creo que volveré con Mayka, no quiero acabar perdiéndome.

Se hizo a un lado abriéndole paso para volver frente a la catedral.

—¿Qué tipo de historias son tus favoritas? —le preguntó antes de que se alejase más.

—Las de misterio —balbuceó extrañada—, o aquellas que me hagan pensar.

Como respuesta a la pregunta nunca pronunciada el joven profesor se limitó a sonreír y darle un suave toque en el hombro al pasar junto a ella.

Se concretó en ocultar el sonrojo de sus mejillas fingiendo buscar algo a su alrededor y cuando logró controlarse avanzó hasta su amiga. Las dos buscaron algo para su redacción y una vez encontrado se dispusieron a indagar sobre ello.

Aquel día fue de lo más surrealista, tras la extraña clase de historia el resto de asignaturas fueron tan normales que hasta daban miedo, explicaciones, corrección de ejercicios, deberes… incluso el descanso de media mañana fue de lo más normal, lo único destacado fue cuando una profesora, al parecer de biología, tropezó con una mochila derramando el café con leche sobre la pared blanca, su camisa y la cabeza del jefe de estudios, algo que pareció divertir a todo el mundo.

Las chicas hicieron planes para esa misma tarde, la excusa era que al ser nueva en la ciudad, Berta, se perdía y claro, no podían permitir eso. En realidad era una buena oportunidad para salir a divertirse, el motivo era lo de menos.

Hicieron un pequeño tour turístico por las zonas que era imprescindible conocer, como las tiendas de ropa baratas pero con una gran oferta y buen material, los bares donde se estaba tranquilo, los fastfood donde con un café podías pasar la tarde entera y hacer los deberes, la mayoría de esos lugares no hubiese sido capaz de encontrarlos sola, así que se sintió realmente agradecida por todo aquello. La velada acabó con unas crepes de chocolate frente al mar.

En Badalona, Pau esperaba frente a un local de copas, el letrero azul parpadeante empezó a impacientarle. Normalmente tenía una paciencia a prueba de bombas pero ese día en concreto no estaba para aguantar la impuntualidad de su amigo. Suspiró y golpeteó el suelo con el pie, se dejó caer sobre la pared bruscamente. El particular rugido del bólido rojo le hizo sonreír tontamente y recuperar al instante la compostura y el buen humor.

—¿Llevas mucho esperando?

—A penas… —refunfuñó con sarcasmo— sólo hora y media. Empezaba a pensar que no vendrías, Pedro.

El joven castaño de ojos negros emitió una sonora carcajada al tiempo que bajaba del lujoso Ferrari. Cerró la puerta del conductor con suavidad mostrando sus extravagantes bermudas de cuadros verdes y negros y la horrorosa camisa hawaiana que a él tanto le gustaba, para rematar su vestuario lucía unas chancletas amarillas fluorescentes.

—No te quejes, venga entremos.

—Ey, no, lo siento, pero hoy tengo mucha prisa.

—¡No me digas! ¿te ha salido una novia?

Pau suspiró con pesadumbre, si empezaba hablar estaría hasta las tantas rodeado de cervezas.

—Dejémoslo para el sábado.

—Espero que el cotilleo merezca la pena —sonrió lanzándole las llaves a su amigo—. Gracias por el coche a Gina le ha encantado probar esta joyita.

—Ahórrame los detalles —sonrió abriendo la puerta del conductor—. Te llamaré.

Se despidieron con la mano. Durante los siguientes veinte minutos sólo escuchó el rugido del motor, estaba realmente impaciente por llegar a casa y revisar su correspondencia. Se adentró en el parking y aparcó en la plaza 222, aquella que su abuelo había comprado años atrás cuando se sacó el carnet de conducir, aunque por aquel entonces conducía un Honda Civic nada que ver con el ostentoso Ferrari que le había regalado su padre.

Subió en el ascensor hasta la tercera planta y recorrió el pasillo para abrir la puerta blanca de su piso.

—¡Estoy en casa! ¿Jud?

—En la ducha —gritó la voz femenina desde el fondo de la casa—. Ya salgo.

—Oye ¿ha llegado algo para mi?

—Sí, lo he dejado encima de tu cama.

La mujer de larga melena rubia y ojos negros se detuvo a su espalda, cubierta con una toalla roja, sonrió mientras se desenredaba el pelo con los dedos.

—¿Es de la excavación de tu padre?

—Sí, me muero por ponerle las manos encima —sonrió emocionado— la inscripción en arameo será todo un reto.

—Te gustan las mismas cosas que a un viejo de noventa años —suspiró la rubia.

—Todos los viejos de noventa tuvimos veinticinco una vez, jovencita —replicó imitando la voz de un anciano—, ya verás cuando llegues a mi edad.

—Eres un payaso.

—Sólo un alegre juglar —un cojín voló dándole en la cabeza— ¡au! Jajaja.

—¿Sabes ya algo de tu hermano?

—No, supongo que estará por ahí persiguiendo a alguna mujer de cuerpo escultural.

—¿Qué os pasa a todos los Sallà? —frunció el ceño golpeando el hombro del joven—. Sois muy despreocupados ¿y si le ha pasado algo? ¡imagínate! Podría haberse caído por un barranco y estar al borde de la muerte o a lo mejor lo ha secuestrado un comando terrorista, o…

—Si le hubiesen secuestrado a los cinco minutos lo habrían tirado por un barranco —movió la cabeza afirmativamente—. Deja de preocuparte.

La chica soltó un bufido y haciendo un gesto de rendición con la mano se marchó para vestirse.

—Jud, me llame quien me llame diles que no estoy.

—Ya, les diré que estás con tu amante de piedra.

Se encerró en su habitación y se rodeó de libros, papeles y bolígrafos de colores. Abrió el paquete emocionado extrayendo el dossier de documentación con las fotos y datos de la inscripción. Tendría que solicitar un permiso a la universidad para usar sus instalaciones.

Tomó el teléfono móvil con determinación y presionó las teclas, afortunadamente su amigo Víctor le debía más de un favor y sus contactos con el decano le irían como anillo al dedo. Dio cuatro tonos cuando al otro lado de la línea replicó una voz adormilada.

—¿Quién es?

—Buenos días bella durmiente.

—Joder Pau ¿tienes idea de que hora es? —farfulló el joven.

—Sí, exactamente las nueve de la noche —replicó con un deje de humor.

—Tío, para mi es como si fuesen las cuatro de la madrugada, ya lo sabes…

—Sabes que no te llamaría si no fuese importante —rió al escuchar un resoplido al otro lado del teléfono.

—¿De qué se trata?

—¿Te acuerdas de la excavación de mi padre? Me han enviado una inscripción…

Víctor emitió una sonora carcajada llena de emoción, los tiempos en los que se encerraban en el laboratorio del padre de Pau a construir cohetes y robots con piezas de lego empezaban a revivir en su mente.

—¡Genial! ¿Cuándo quieres empezar? —habló tan rápido que casi se atragantó con su propia saliva—. Más te vale que me dejes participar.

—Cuenta con ello, a las seis estaré llamando a la puerta.

Unos cuantos gritos emocionados retumbaron al otro lado antes de cortar la comunicación. Se lo había tomado con más entusiasmo del que se esperaba y se había olvidado por completo de que le había despertado.

Continuará

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