martes, 16 de junio de 2009

Evil Spirit: 01 El precio de una vida



El precio de una vida

El infierno, aquel lugar dominado por los demonios, una gran multitud se aplegaba en la gran plaza a las afueras del territorio. Aquel era un punto neurálgico, allí se llevaban a cabo las ejecuciones de todo tipo de seres, demonios, dioses, brujos, vampiros…

La turba exaltada gritaba exigiendo la ejecución de la niña enjaulada en la plazoleta central, los dioses rodeaban la jaula, sus rostros serios y crueles. La odiaban. Eso lo sabía.

El pánico que sentía al principio se desvaneció rápidamente, no supo comprender por que ahora estaba tan tranquila frente a lo que le vendría, como si todo aquello en realidad le estuviese ocurriendo a otra persona.

En su mente apareció un amplio prado de flores blancas, las más hermosas que había visto nunca. Lágrimas de luna, las llamaban, durante el día eran de un blanco mate en cambio de noche brillaban con intensidad y reflejaban los rayos de las seis lunas.

Adoraba ese lugar, siempre jugaba allí con su madre. Al estar en el área neutral de ambos territorios casi nunca había nadie, era el único espacio al aire libre en el que podían estar. Allí hacía collares y coronas de flores. Podían ser una familia sin necesidad de temer.

La apacibilidad del lugar desapareció con la llegada de la guardia sagrada, formaban parte de las fuerzas de seguridad de los dioses, todos sus miembros eran ángeles. Cuando los reconoció supo que todo había acabado.

Pisotearon las flores, destrozaron el campo y quemaron los adornos florales a pesar de las lágrimas de dolor y rabia que surcaban la cara de la niña.

Desde su pequeña prisión pudo ver a los hombres que la habían llevado a aquella situación. Algo más arriba en uno de los asientos de honor reconoció el impertérrito rostro de su padre y a sus dos hermanas, una de ellas satisfecha con lo que estaba a punto de ocurrirle y la otra horrorizada.

“¡Qué le corten la cabeza!” gritaba la muchedumbre allí reunida. La pequeña temblaba sin acabar de comprender que estaba ocurriendo, por qué todos querían que la matasen ¿qué había hecho que fuese tan terrible para que la condenasen a muerte?

—¡NO! —aulló una voz femenina.

El silencio se apoderó del lugar, ella reconoció al instante el dulce rostro de su madre humedecido por las lágrimas, sabía que no debería estar allí, su padre la había escondido para protegerla, sin embargo allí estaba.

—No le hagáis daño, sólo es una niña —aulló la mujer llorando— ¡No tenéis derecho a matarla!

—Idelfa, gracias por honrarnos con tu visita —una sonrisa siniestra se dibujo en el rostro del anciano que presidía aquella reunión— no querrás perderte lo que le vamos a hacer a esta aberración.

La mujer tembló y miró condescendiente al hombre al que amaba, el gran demonio abrió los ojos horrorizado sabiendo que significaba aquel gesto, quiso impedírselo pero sabía que eso sería inútil. Se apresuró a llegar a su lado, tomó sus frágiles manos con fuerza.

—Cuídala bien… —susurró.

—Lo haré —contestó con un hilo de voz.

—Lucifer… no te vengues —sonrió con lágrimas en los ojos— no servirá de nada.

—No te prometo nada —gruñó.

—Tonto…

Se fundieron en un corto pero significativo beso.

Antes de que pudiese reaccionar ella bajó y en pocos segundos se encontraba en el centro de la plaza liberando a la niña. La abrazó con fuerza y besó sus largos cabellos castaños.

—No es culpa tuya ¿entendido, Aki? — la consoló con su armoniosa voz.

—Mami… —gimoteó—. No quiero que te vayas.

—Tranquila, princesa —esbozó una cálida sonrisa—, todo irá bien.

Los cabellos dorados de la diosa centellearon al ponerse en pie. Sus ojos azules relampaguearon con rabia y puso una mueca sarcástica. Se encaró a su superior y esperó paciente su próximo movimiento.

El viejo extendió su decrépita mano hacia la frente de la mujer de cabellos dorados sonriendo con superioridad, murmuró algo en un tono apenas audible y un haz de luz azul envolvió el cuerpo de Idelfa.

En pocos segundos el cuerpo sin vida de la joven diosa se precipitaba al vacío, Lucifer se lanzó y la atrapó antes de que su cadáver desapareciese en el abismo. La apretó con fuerza contra su pecho y miró con odio y desprecio al viejo que le miraba satisfecho con una sonrisa desagradable.

—¿¡Has visto eso, monstruo!? —rió con crueldad— está muerta por tu culpa —se inclinó arqueando el cuerpo amenazadoramente junto a la jaula donde estuvo encerrada— ¡Tú la has matado! ¡ASESINA! ¡eres un monstruo horrible!

La pequeña gimoteó y se encogió aún más. La embargó una tremenda sensación de vértigo y todo se volvió oscuro.

A partir de ese día todo fue diferente, la frágil burbuja protectora donde su padre la había mantenido oculta y a salvo desapareció. Ya no pudo mantenerla más tiempo escondida y tuvo que dejarla salir al exterior donde todos la rechazarían, y aunque eso era lo que menos deseaba no le quedaba otra opción.

La dejó salir, su primer contacto con el mundo exterior fue cruel y contundente, insultos, golpes, pedradas, ataques mágicos…

Huyó al único lugar en el que se sentía segura, la playa de mar rojo y aspecto austero, la playa de las almas. Tenía la vaga esperanza de encontrar al joven brujo de ojos rojos, pero él nunca llegó.

Se tumbó en la arena húmeda enrojecida por el agua, sintiendo impasible como le golpeaba el gélido oleaje que entumecía su pequeño cuerpo.

¿Era una asesina? ¿era culpable? ¿merecía morir?

No lo comprendía. No sabía cual de sus acciones había desencadenado aquello, qué podría haber hecho que fuese tan terrible.

Se abandonó al dolor de su propio cuerpo y al pesar de su corazón. Cerró los ojos y deseó dormir eternamente.

Pasaron algunos minutos, tal vez horas, puede que incluso días, su cuerpo estaba helado y adormecido, lo único que notó fue una mano caliente y como alguien alzaba su liviano peso, quiso abrir sus ojos, batalló inútilmente contra la pesadez de sus párpados, quería ver quien se la llevaba.

Todo giró vertiginosamente en su cabeza y entonces la totalidad de sus sentidos se evaporaron y su consciencia se desvaneció.

Soñó que alguien le tendía la mano en mitad de un oscuro torbellino, el agua roja que tanto le fascinaba se tornó repentinamente amenazante y empezó a atemorizarle. Aquella mano, grande y cálida, extendida hacia ella le ofrecía la seguridad que necesitaba, alargó su pequeña mano y sujetó con fuerza aquella otra. Su salvador sonrió mostrando sus perfectos dientes blancos.

Entonces le arrastró a la superficie.

Y la luz la cegó.

Tomó consciencia de que ya no soñaba, la luz que la cegaba era la de una infinidad de velas blancas y rojas que mantenían iluminada una pequeña habitación de madera. Entrecerró los ojos esperando a que se acostumbrasen a la claridad. Estaba cubierta por una gruesa manta de color crema con ribetes de un tono ocre apagado, las paredes vacías eran inquietantes, no había estanterías ni más muebles que la cama en la que estaba, vislumbró una pequeña ventana tapada por una fina cortina de ganchillo de un blanco inmaculado.

Lentamente empezó a tomar consciencia de que aquel lugar le era totalmente desconocido. Se incorporó sintiendo una fuerte punzada de dolor en todos sus músculos, doloridos por el tiempo que estuvo en el agua helada. Ignoró el leve mareo que azotaba su cuerpo y buscó algún indicio de quien pudiera ser el dueño de aquella habitación, pero no halló nada.

Se levantó y caminó hasta la ventana, apartó tímidamente la cortina sin estar muy segura de si debía hacerlo o no. Estaba en una planta baja, frente a sus ojos se extendía un frondoso bosque, el verde follaje se asemejaba al que sabía que caracterizaba a los bosques terrestres en la primavera, era hermoso, pero no conocía aquel sitio o, al menos, no lo recordaba. Escudriñó todo el paisaje que quedaba a su vista, al fondo, bastante lejos de donde ella se encontraba, vio una gran pared rocosa cuyo tono cobrizo destacaba sobre el verde vivo de los árboles. El cielo era de un azul intenso y las nubes adoptaban un tono grisáceo avisando de la próxima lluvia.

Aquello no era territorio de los demonios, de eso estaba segura.

Tambaleándose se dirigió a la puerta de madera maciza, tiró del pasador sin muchas esperanzas de que estuviese abierto, el leve chasquido del simple mecanismo anunció que era libre de salir. Recorrió el lugar con la vista, todo era de madera, aunque en aquella otra habitación, más grande, sí que había muebles, libros, estanterías… buscó de manera inconsciente la presencia de alguien, pero no vio nada.

Suspiró en parte aliviada, hasta que una voz penetrante a su lado la asustó.

—Veo que mi pequeña invitada se ha despertado.

Era un hombre alto, de piel blanca y pelo moreno largo recogido en una coleta baja, sus ojos de color miel enfocados sobre ella. Vestía una larga túnica blanca con un escudo de color azul celeste, identificó al instante aquella vestimenta, era un luz blanca, uno de los enemigos de los demonios. Se estremeció.

—Tranquila. Yo cuidaré de ti —le susurró el hombre.

—Quiero irme con mi papá…

—Pero tu papá ya no quiere saber nada más de ti —susurró con un tono pacífico y dulce—. Se ha creído las mentiras del líder espiritual de los dioses.

—¡No es verdad! —aulló la pequeña.

—Lo siento, es mejor que todos piensen que has muerto. Aquí estarás segura.

Ella alzó la vista negándose a creer las palabras del hombre.

—Me llamo Kashin Tzer, soy un general de las luces blancas.

—Quiero irme a casa…

—Lo lamento, pequeña —sonrió con ternura—, si te dejo volver te matarán.

—Mi papá no puede odiarme —sollozó— él no me mataría.

—El mundo es cruel —sujetó su pequeña manita—. Aquí estarás a salvo ¿de acuerdo?

Asintió pese a no estar completamente segura de si sus palabras eran ciertas o sólo era otro más de aquellos que ansiaban matarla. Pero ¿qué tenía? No tenía ni a donde volver. El vivo recuerdo de cómo la habían golpeado cuando caminaba otorgó la credibilidad necesaria a las palabras de Kashin.

¿Debía creer que su padre la odiaba? Necesitaría alguna prueba de ello para creerlo. ¿Y él? ¿él también la odiaría?

Los días y las semanas fueron pasando veladas, como vistas tras una cortina de gasa. La consciencia de que algo de todo aquello le estuviese ocurriendo a ella era nula. No se sentía protagonista de su propia vida, era como ver algo que le pasaba a otra persona sin que le prestases la debida atención.

La pequeña casa de madera se convirtió en su nuevo hogar, la mayor parte del tiempo lo pasaba sola, Kashin estaba casi siempre trabajando en el subterráneo al que ella tenía el acceso totalmente prohibido.

Aquellos meses que pasaron desde la desaparición de Aknan fueron especialmente complicados en la mansión de Lucifer. Por un lado el gran demonio había ordenado la búsqueda de la niña con la condición de que la entregasen viva y de una pieza, debido a ello la vigilancia férrea se debilitó notoriamente. Muchas eran las falsas informaciones al respecto del paradero de la pequeña, por ello empezó a organizar grupos de rastreo.

En el amplio salón Lucifer miraba por la ventana absorto en sus pensamientos, le acompañaban dos de sus hijas, Véronique, la más mayor, enfundada en un vestido de estilo victoriano rojo con adornos blancos, su largo cabello violeta caía en perfectos bucles enmarcando su rostro de muñeca de porcelana en el que brillaban sus ojos rojo rubí preocupados. Christin sonreía con crueldad, vestida con un pequeño corsé blanco y un ceñido pantalón de cuero negro, su pelo azul celeste caía desgarbado sobre sus hombros y sus ojos rosados se mostraban conformes con la situación actual. Su sonrisa se amplió.

—Gran señor —habló Christin—, deberíais abandonar la búsqueda.

—No considero que sea lo más prudente —contestó con tono violento Véronique—. Es nuestra hermana, una de los nuestros.

—Vamos, Véronique, no seas ridícula —se mofó—, esa cosa es la prueba de un momento de debilidad de nuestro padre… —apartó su cabellera azulada con un gesto altivo— es el estigma de la vergüenza de nuestra estirpe.

—¡Cómo osas…!

—¡Basta! —interrumpió Lucifer—. Callad las dos.

—Sí, señor —contestaron al unísono realizando una leve reverencia.

—Christin, retírate.

La mujer obedeció en contra de su voluntad, dejando a solas a su hermana mayor y su padre. Cuando la gran puerta de madera se cerró con un sordo chasquido Véronique suspiró con un deje de tristeza.

—¿Ha habido suerte con el rastreo?

—No, lo lamento, padre —susurró—. Me temo que no se encuentra en el infierno.

—Lleva a tus hombres a los territorios colindantes, ampliaremos el radio de búsqueda —contestó sin prestar demasiada atención.

—Si nos descubren en territorio enemigo tendremos que justificar nuestra presencia.

—De eso me encargaré yo mismo de ser necesario —gruñó.

—Por supuesto…

—Vér, hazme un favor —por primera vez se alejó de la ventana y la miró directamente— avisa a aquel brujo, quizás él sepa algo.

Véronique asintió y procedió a retirarse.

Lucifer suspiró en soledad.

—“¿Dónde estás? ¿Puedes oírme, Ak?”

Pero su pregunta telepática no obtuvo respuesta.

En Aidara, la esfera exterior donde vivían los brujos, el ajetreo por las maniobras de los aspirantes se había reducido hasta prácticamente desaparecer a pesar del retraso en la elección. Sin embargo no todo estaba tan tranquilo como parecía, se estaba fraguando una sangrienta guerra contra las brujas.

Escrito el 15 de junio de 2009

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